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Desde los inicios de la vida humana se fundaron los primeros conocimientos acerca de la naturaleza que la rodea y con la cual comparte el tiempo y espacio. La aplicación curativa y alimenticia de las plantas fue sin duda la primera vez que el hombre se interesó en otros seres vivos.

Es difícil precisar cuándo se inició la biología como una ciencia independiente. Muy probablemente el hombre y la mujer del Paleolítico y el Neolítico conocían ya algunas técnicas médicas primitivas. Los habitantes de ese entonces contaban con una clasificación de plantas y animales; por ejemplo, al final de la era paleolítica, el hombre de Cro–Magnon era capaz de reconocer aquellas plantas tóxicas de las que no lo eran, y de saber cuáles sí eran adecuadas para fines medicinales o para obtener colorantes, o cuáles eran venenosas.

Al transcurrir el tiempo y empezar a interesarse en otros aspectos de los seres vivos, como el misterio de la muerte o la anatomía de aquellos que se utilizaban en rituales y su significado místico, surgieron nuevas fuentes de conocimiento. Las civilizaciones antiguas (egipcia, griega, romana y orientales) lograron importantes avances en el conocimiento biológico. Ellas profundizaron en la aplicación medicinal de las plantas y animales; mejoraron los procesos agrícolas; realizaron las primeras clasificaciones de animales y plantas; propusieron teorías sobre el origen de la vida; y estudiaron la anatomía comparada, los fenómenos reproductivos y la evolución.

A pesar del considerable progreso en el arte y la cultura de civilizaciones como la egipcia y mesopotámica, y otras que les siguieron, no se desarrolló una ciencia que se considere puramente biológica. Esta situación permaneció por lo menos hasta tiempos de Aristóteles, pues el conocimiento biológico permanecía íntimamente ligado a la práctica médica, frecuentemente por la necesidad de ayudar a los soldados en el campo de batalla.

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