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En las últimas décadas, el malestar parece haber distribuido otra
vez las distancias. Una franja de la imaginación artística desplaza la
OtQHD GH IXHJR KDFLD XQD FRQÀJXUDFLyQ PiV SUHFLVD (VDV SUiFWLFDV
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las representaciones, la relación que reduce una cosa a la otra. Y se
SURSRQHQUHFRUUHUHOHVSDFLRGHHVDLGHQWLÀFDFLyQ
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taciones: para eso hay que despegarlas del sitio imposible en el que
intentan separar lo que entra de lo que permanece afuera. Se transfor-
man entonces en entidades móviles, son transportadas desde un so-
porte histórico a otro, prueban el efecto de los diagramas que causan
al aterrizar sobre territorios distintos. La misma sensibilidad que hace
viajar a las representaciones regula la velocidad de ese desplazamiento:
las hace más lentas para que no se disuelvan en la pura abstracción,
para que puedan volver a conectarse con la realidad de lo múltiple 1 .
Por la misma dinámica, la práctica artística vuelve sobre la existencia
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roto de sus representaciones: para comprobar el desfase, para inven-
WDULDU ODV ÀJXUDV GH OD WHQVLyQ SDUD SURQXQFLDU SRU SULPHUD YH] HO
nombre de ese intervalo.
Para el arte signado por esas coordenadas los conceptos son mate-
ULDOHVHVWpWLFRVGHVJDVWDGRVSRUYDULDVGpFDGDVGHXVRRWURWDQWRVXFH-
de con los procedimientos que se atribuyen al “artista como etnógra-
fo” 2 /DWHQVLyQTXHORRFXSDQRSDUHFHHOHJLUXQDJHQHDORJtDRODRWUD
antes bien, recurre a la vez a las dos y juega con lo intraducible de sus
formas estéticas, de las que puede disponer como de un repertorio. El
territorio se pone en frente, al lado, en copresencia de la representación.
No se quiere destruir ninguno de los términos opuestos, sino jugar en
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¿Cuál es el procedimiento que hace posible ese juego? Para ensayar
una respuesta al interrogante tal vez haya que volver –siguiendo el
gesto de nuestra época– a las teorías estéticas de la modernidad. A co-
1. Deleuze y Guattari, El anti-edipo, 1972.
2. Foster, El retorno de lo real, 1996
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