Canfield Jack - Chocolate Caliente Para El Alma Jun. 2016 | Page 134
camino y pararía un auto para conseguir ayuda.
Temiendo que nadie viera a su hijito en la oscuridad,
Kelly se negó a dejarlo ir solo. Treparon lentamente la
banquina. Rocky usó su magro cuerpo de veinte kilos
como pudo para empujar a su madre que pesaba más
del doble. Avanzaban de a pulgadas. El dolor era tan
grande que Kelly quería renunciar, pero Rocky no la
dejaba.
Para alentar a su madre, Rocky le dijo que pensara en
“el trencito”, el tren del clásico cuento infantil, “El
trencito que pudo”, que logró subir una montaña
empinada. Para recordárselo, Rocky repetía sin cesar su
versión de la frase inspiradora del cuento: “Yo sé que
puedes, yo sé que puedes”.
Cuando finalmente llegaron al camino, Rocky vio por
primera vez la cara deshecha de su madre. Se echó a
llorar. Agitando los brazos y rogando “¡Pare, por favor,
pare!”, el niño le hizo señas a un camión. “Lleve a
mamá a un hospital”, le rogó al camionero que se
detuvo.
Fueron necesarias ocho horas y más de trescientas
puntadas para reconstruir la cara de Kelly. Ahora luce
muy distinta: “Tenía la nariz larga y recta, labios finos
y pómulos altos; ahora tengo la nariz aplastada, los
pómulos chatos y labios mucho más gruesos”, pero
tiene pocas cicatrices visibles y se recuperó de las
heridas.