LA TRADICIÓN
Se acerca al portón trasero de la rula . Apenas está entreabierto . Se imagina que para proteger del relente de la noche a los custodios . Son muchos los años consecutivos que en este día se allega hasta allí . Suele hacerlo a hora temprana , antes de que se conforme el cortejo y la presencia de personas se haga tumultuosa . No es consciente pero el ritual lo repite exactamente igual año tras año . Se aproxima con mucha discreción , se para un momento justo a la entrada y la observa . A ella . A la Virgen del Rosario . Es incapaz de encauzar la emoción y a duras penas contiene las lágrimas . Casi de puntillas se coloca en el centro del almacén reconvertido en oratorio , justo en la pared frente a la imagen . Inmóvil la contempla y permanece así varios minutos . Centra la mirada en el velo de luto que cubre su cara y se deja ir ensimismada entre remembranzas lejanas y ruegos actuales . No . No es el fervor religioso el que la impulsa a la cita anual . No se considera devota en exceso , aunque con la edad un poquito quizá sí . Ella sabe que es un arraigo afectivo . Un sentimiento . Le surge de dentro , del corazón quizá , y la empuja a ir . Siempre acompañada del recuerdo íntimo de cuando era niña y cogida de la mano bajaba el domingo de pascua a rendirle reverencia . A su manera . A la de él , la de su padre , que con su presencia quería mostrarle a la Patrona el respeto que le profesaba a la vez que saldar deudas pendientes de rogatorias , imploradas en los momentos difíciles en la mar .
Para ella no es una imagen religiosa más . Personifica a un pueblo . Su pueblo . Era la Virgen de su padre . Y de su güelo . Y del padre de éste . Y lo fue de cientos y cientos de padres y güelos que , con su forma de vivir , con sus tragedias y sus venturas , dejaron como legado la impronta y el carácter de aquel Candás marinero . Y ahora es su Virgen . `La Vaporina ´ del precioso poema de José Marcelino , tan bien armonizado por Pipo Prendes y que éste canta con esa sensibilidad tan suya .
Antes de salir sortea los centros de rosas que engalanan el altar para darle un beso afectivo en el manto bermejo que la cubre . Luego abandona la improvisada capilla , no sin dedicarle una última mirada acompañada del anhelo en la petición postrera , apenas inaudible en su runrún . En su camino hacia el Paseín se sucede el intercambio de saludos , muchos de ellos con los descendientes -al igual que ella- de aquellas generaciones épicas . Los hay que llevan a su vera a hijos o nietos para iniciarlos desde pequeños y se vayan haciendo a la tradición . Como Toño , con el que se para un instante a dar el palique , que acompañado de su nieto se encamina hacia la capilla . También suele cumplir en la salutación con el elenco de autoridades que de manera dispersa se dirigen a la rula para formar la comitiva . Aunque no con todos los que se cruza . 20