CANDÁS MARINERO REVISTA NUMERO 38 CANDAS MARINERO | Page 22
Soy de los que piensan que la vida te va enseñando
con cada día que pasa. Que te va llenando una
mochila a la espalda. caso no sería justo decir “La de Pepe el de Tana” o “la
mujer de Gonzalo”. Ella brilla con estrella propia en todo
lo que hace.
Con el paso de los años me he dado cuenta que la
mochila lleva ya unas cuantas cosas pero hoy he
descubierto una que merece la pena mencionar, pues
soy de la opinión de que los homenajes hay que
hacerlos en vida para que sean disfrutados y se pueda
sentir el reconocimiento que otorgan. Ahora bien. Desde aquí quiero pedir perdón a todas
aquellas personas que tengan una manta hecha por las
manos de mi madre, pues puedo decir sin equivocarme
que la mejor manta que vaya a confeccionar nunca me
la está haciendo para mí.
Mis años en este mundo apenas superan la treintena
y casi en su totalidad los he pasado viendo a mi
madre sentada muchas horas en el sofá de casa, con
una aguja de ganchillo en la mano, dejándose
espalda y vista a partes iguales entre punto y punto.
La he visto perder horas de sueño para que los
encargos, a veces exprés, llegaran a tiempo de lucirse
en Sardinas y Cristos.
Como digo, soy de una generación joven que vive en
esos tiempos de dejadez por lo que viene de atrás. De
un mayoritario desdén por lo tradicional, como si no
fuera a agotarse nunca. Sólo conozco los trajes de
sardinera de verlos lucir en las fiestas. Es más, me
cuesta imaginarme que antaño fuera un atuendo tan
cotidiano.
He sido partícipe de muchas horas de punto sobre
punto, de buscar puntillas, de plasmar ideas sobre la
realidad, de dejarse dioptrías y cervicales. Y lo que más
valor tiene de todo esto es que lo aprendió ella sola, a
base de echarle tiempo.
No me ciega el amor de hijo si digo que no encuentro
mejor ejemplo que ella para dirigir el curso de
extensión cultural para que este ARTE no se pierda en
la memoria de los candasinos ni de las gentes que lo
admiran desde fuera. Lo digo con conocimiento de
causa, pues a dedicación y responsabilidad no la gana
nadie, ni fuera ni dentro de casa.
A mí, que me ha tocado verlo tan de cerca, sé el
trabajo que conlleva crear esa prenda que con tanto
orgullo lucen las mujeres de todas las edades. Algo que
no siempre se valora en su justa medida pero que no
impide que el reconocimiento sea merecido.
Ha hecho muchas. Yo ya he perdido la cuenta y
posiblemente ella también. Habrá muchas personas
que leyendo estas palabras se dirán a sí mismas que
tienen una manta hecha por María José. Y en este
Lo es porque cada puntada tiene un nombre. Uno se
llama “desvelos”, otro “amor infinito”, otro “valores”,
“responsabilidad”, “saber estar”, “correcciones”,
“preocupaciones”, “madrugones”, “desayunos para ir al
colegio”, “saber decirme que no”, “no dejarme ser un
caprichoso”, “que no me falte de nada”, “ser la última
para todo y la primera en estar ahí”, “no dejarme caer”,
“partidas de parchís”, “mañanas de frío”, “tardes de
playa”, “viajes por el mundo”, “felicidad a cambio de
nada”, “apoyo incondicional”…
Podría pasarme tantas horas dando puntadas como
ella, y aun así nunca acabaría.
Hace 31 años que mi madre está preparándome una
manta. Hace ya tiempo que terminó con el cuerpo,
donde aplicó todo lo que la vida le enseñó a ella que
debe tener esa parte. Es la más repetitiva pero es la
que sostiene el resto de prenda.
El entredós viene a unir la base de la manta con el toque
final. La parte de los sabios consejos, de las horas de
aprender y aprender a base de hablar, porque con ella
aprendes siempre cosas hasta del más mínimo detalle.
Es la parte de mirar porque mi vida no se torciera, de
dejarme equivocarme, de entender que el error también
forma parte del aprendizaje.
Ahora está rematando la puntilla, la de las vueltas más
largas y la de mayor ingenio. La que pone colofón a
todo el trabajo. La que me está enseñando a valorar
todo lo que me ha llevado hasta aquí.
Aún le quedan muchos puntos que dar. A esta manta
todavía le tiene que dar muchas vueltas para
terminarla. Y el día que termine y dé la última puntada.
El día que ya no esté aquí, puede estar bien segura de
que luciré esta manta como el mejor de los regalos que
me hayan podido dar porque sin ninguna duda, esta
está siendo su mejor obra de arte. Que lo sepan todos.
GONZALÍN Hijo de María José Fernández
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