CANDÁS EN LA MEMORIA numero 2 Octubre 2018 CANDÁS EN LA MEMORIA revista numero 2 Octubre 2018 | Page 24

LAS ESCALERAS No sabe con certeza qué le impulsó a desviarse del paseo y subir las escaleras. Tampoco sabría decir el porqué, bueno tal vez sí, y eso le genera dudas que provocan inquietud. Él, que siempre apostó por echarle un poquito de humor a la vida, por arrinco- nar la amargura e intentar ser alegre. A su manera, claro, puede que para vengarse de la tristeza que de niño lo apoderó. Nunca tuvo la convicción plena de haberlo conseguido, aunque así todo, durante décadas, se procuró un guion a conveniencia para soterrar, o al menos silenciar, las consecuencias de aquella pérdida que por veces lo hostigaba hasta causarle verdadero suplicio debido a lo prematuro de la carencia. Según fue creciendo comprendió que pensar demasiado en su pasado era permitir que la ausencia lo poseyera y esto lo hacía vulnerable, lo debilitaba. Y se resistió. Hasta el punto de arrinconar sentimientos. Y en su cabeza se gestionaron barreras que no quiso, o no pudo, superar y terminaron por convertirse en muros gélidos, infranqueables para ciertos recuerdos sensibles. Sin embargo ahora, con los años acumulados supe- rando la madurez, nota que se va ralentizando, como si el tren de la vida aminorase su velocidad por la proximidad del siguiente apeadero, el suyo tal vez. Y puede que sea eso, el saberse cada vez más cercano al destino, lo que le provoque el deseo de colmar aque- llas lagunas sentimentales dejadas de lado en recove- cos del pasado para que no produjeran dolor. Próximo está el mediodía y la quietud prevalece en las escaleras. Asciende con parsimonia, temeroso en cada paso, los ojos fijos en los peldaños, dilucidando si sería mejor desistir y darse la vuelta. Alcanza el final y mira alrededor. Mirada inquieta, casi furti- va, que busca lo que no encuentra y lo vuelve a la realidad. A la certeza racional de que la vida no da segundas oportunidades y los hechos acaecidos no se recuperan. Lo pasado en el pasado se queda. Qui- siera poseer el don de detener el tiempo, de invertir su giro y poder recuperar todas aquellas vivencias afectivas que fueron quedando atrás sin involucrar de pleno su sentir por temor a futuras frustraciones o pérdidas no deseadas. Lo atrapa la sensación de derrota .No queda allí el menor atisbo de La Cues- ta que el buscaba, ninguna reminiscencia de aquel barrio marinero. No hay tendederos en la ladera del monte, ni `baquías´ en ellos colgadas curándose a la intemperie, , ni tampoco están los barcales vacíos en el final del corredor, en espera de la noche, para ser repletados con la pesca de abarique y vender- la después en las madrugadas por las aldeas del concejo. No hay gatos merodeando entre en los `bardiales´ en busca de sobras de comida. Ni ma- triarcas enlutadas que se asomen a las galerías para la habitual cháchara sobremesa. No hay ajetreo, ni las puertas de las casas están abiertas, ni tan siquiera persiste aquel el olor a salmuera que impregnaba todo el barrio. Ya no suben los mendigos hambrien- tos para acogerse a asilo en el pasillo de entrada de la vivienda postrera, la que él recuerda, en busca de un plato de comida que saben no ha de faltar. No existe el pequeño depósito que surtía de agua la casa materna, ni tampoco los váteres en el patio, ni aquella especie de conejera donde se fraguó su primera cicatriz. No queda ningún vestigio remoto al que aferrarse para dar consistencia a todos esos recuerdos que apenas son esbozos difuminados en su cabeza. 24