canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 43
literatura fantástica
Juego de tronos
—El acero afilado es demasiado peligroso —dijo el maestro de armas poniendo una mano en
el hombro de Robb para calmarlo—. Os dejaré combatir con espadas de torneo, embotadas.
Joffrey no dijo nada, pero un hombre al que Arya no conocía, un caballero alto con el pelo
negro y cicatrices de quemaduras en el rostro, dio un paso para situarse ante el chico.
—Éste es tu príncipe. ¿Quién eres tú para decirle con qué espada debe pelear?
—El maestro de armas de Invernalia, Clegane. Será mejor que lo tengas presente.
—¿Entrenas mujeres? —preguntó el hombre de las quemaduras. Tenía la musculatura de un
toro.
—Entreno caballeros —replicó Ser Rodrik con mordacidad—. Pelearán con acero cuando
estén preparados. Cuando tengan edad suficiente.
—¿Cuántos años tienes, chico? —preguntó el hombre de las quemaduras a Robb mientras lo
miraba.
—Catorce.
—Yo maté a un hombre cuando tenía doce años. Y no fue con una espada embotada, de eso
puedes estar seguro.
Arya vio que Robb se erizaba. Lo habían herido en su orgullo. El chico se volvió hacia Ser
Rodrik.
—Déjame que lo intente. Lo puedo vencer.
—Pues véncelo con una espada de torneo —replicó Ser Rodrik.
—Vuelve a retarme cuando seas mayor, Stark —dijo Joffrey encogiéndose de hombros—.
Mayor, ¿eh? No viejo.
Los hombres del grupo de los Lannister estallaron en carcajadas. Las maldiciones de Robb
resonaron en todo el patio. Theon Greyjoy lo agarró por el brazo para que no se abalanzara contra el
príncipe. Ser Rodrik se retorció los bigotes, consternado.
—Vamos, Tommen —dijo Joffrey a su hermano pequeño fingiendo un bostezo—. Se ha
acabado el recreo. Deja a los niños con sus chiquilladas.
Aquello provocó más carcajadas en el grupo de los Lannister y más maldiciones de Robb. Ser
Rodrik estaba tan furioso que el rostro se le puso rojo como un tomate bajo los bigotes blancos. Theon
tuvo que sujetar a Robb con mano de hierro hasta que los príncipes y su cortejo estuvieron lejos, a
salvo.
Jon los observó alejarse, y Arya observó a Jon. Tenía el rostro tan tranquilo como el estanque
del bosque de dioses. Por fin se bajó del alféizar.
—El espectáculo ha terminado —dijo. Se inclinó para rascar a Fantasma entre las orejas. El
lobo blanco se levantó y se restregó contra él—. Más vale que vayas corriendo a tu habitación,
hermanita. Seguro que la septa Mordane está al acecho. Cuanto más tiempo te escondas más duro será
el castigo. Te vas a pasar el invierno haciendo costura. Cuando llegue el deshielo en primavera
encontrarán tu cadáver, con la aguja entre los dedos congelados.
—¡Odio coser! —exclamó Arya con pasión. No le había hecho gracia el comentario—. ¡No es
justo!
—No hay nada justo —dijo Jon.
Le revolvió el pelo de nuevo, y se alejó con Fantasma. Nymeria echó a andar tras ellos, pero
se detuvo y retrocedió al ver que Arya no los seguía.
La niña, de mala gana, echó a andar en dirección contraria.
Era peor de lo que había supuesto Jon. Cuando llegó a su cuarto, la esperaba la septa Mordane,
pero no estaba sola. Estaba con su madre.
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