canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 42
literatura fantástica
Juego de tronos
Jon sonrió y le revolvió el pelo. Arya se sonrojó. Siempre habían estado muy unidos. El
muchacho tenía el rostro de su padre, igual que ella. Eran los únicos. Robb, Sansa, Bran, incluso el
pequeño Rickon, todos los demás eran claramente Tully, con sonrisas abiertas y cabellos de fuego.
Cuando Arya era pequeña temía que aquello significara que ella también era bastarda. Acudió a Jon
con sus temores, y él fue quien la tranquilizó.
—¿Por qué no estás tú en el patio? —le preguntó.
—A los bastardos no nos permiten hacer daño a los príncipes —dijo el muchacho esbozando
una sonrisa—. Las magulladuras que reciban mientras entrenan se las tienen que causar espadas
legítimas.
—Oh. —Arya se sintió avergonzada. Debería haberlo imaginado. Por segunda vez aquel día
pensó que la vida era injusta. Contempló cómo su hermano pequeño lanzaba un mandoble contra
Tommen—. Podría hacerlo igual de bien que Bran —dijo—. Él sólo tiene siete años, y yo nueve.
—Estás demasiado delgada —dijo Jon mirándola con la sabiduría de sus catorce años. Le
cogió el brazo para palpar el músculo. Suspiró y sacudió la cabeza—. No creo que pudieras ni levantar
una espada larga, hermanita, no digamos ya blandiría. —Arya se sacudió la mano del brazo y lo miró,
airada. Jon le revolvió el pelo otra vez. Bran y Tommen seguían moviéndose en círculos, el uno en
torno al otro—. ¿Ves al príncipe Joffrey? —preguntó Jon.
Arya no lo había visto al principio, pero al mirar de nuevo lo descubrió al fondo, bajo la
sombra de un muro de piedra. Estaba rodeado de hombres a los que ella no conocía, jóvenes escuderos
con libreas de los Lannister y de los Baratheon. También había en el grupo algunos hombres mayores.
Supuso que eran caballeros.
—Mira las armas que lleva bordadas en la ropa —dijo Jon.
Arya hizo lo que le decía. El jubón acolchado del príncipe lucía un escudo bordado
exquisitamente. Las armas estaban divididas: a un lado el venado coronado de la Casa real, al otro el
león de los Lannister.
—Los Lannister son orgullosos —observó Jon—. No les basta con el emblema real. Pone la
Casa de su madre al mismo nivel que la del rey.
—¡La mujer también es importante! —protestó Arya.
—¿Vas a hacer tú lo mismo? —Jon dejó escapar una risita—. ¿Aunar las armas de los Tully y
los Stark?
—¿Un lobo con un pescado en la boca? —La idea la hizo reír—. Quedaría ridículo. Además,
si las chicas no podemos luchar, ¿para qué queremos escudo de armas?
A las chicas les dan los escudos —dijo Jon encogiéndose de hombros—, pero no las espadas.
A los bastardos les dan las espadas, pero no los escudos. A mí no me mires, hermanita, yo no he
dictado las normas.
Se oyó un grito en el patio. El príncipe Tommen había caído rodando e intentaba levantarse
sin conseguirlo. Con tantos protectores parecía una tortuga sobre el caparazón. Bran estaba de pie
junto a él, con la espada de madera en alto, dispuesto a golpear de nuevo en cuanto se Pusiera en pie.
Los hombres que los rodeaban se echaron a reír.
—¡Basta! —exclamó Ser Rodrik. Tendió una mano al príncipe y lo ayudó a levantarse—.
Buena pelea. Lew, Donnis, ayudadlo a quitarse los protectores. —Miró a su alrededor—. Príncipe
Joffrey, Robb, ¿queréis probar otra vez?
—De buena gana —dijo Robb adelantándose impaciente. Todavía estaba sudoroso del
combate anterior.
En respuesta a la llamada de Rodrik, Joffrey avanzó hasta el sol. El cabello le brillaba como
hebras de oro. Parecía aburrido.
—Esto es un juego para niños, Ser Rodrik.
—Es que sois niños —señaló con sorna Theon Greyjoy después de soltar una carcajada.
—Puede que Robb sea un niño —dijo Joffrey—. Yo soy un príncipe. Y me he cansado de
pinchar Starks con una espada de juguete.
—Has recibido más golpes de los que has dado, Joff —dijo Robb—. ¿Tienes miedo?
—Estoy aterrado —dijo el príncipe Joffrey mirándolo fijamente—. Eres mucho mayor que yo.
—Los hombres del grupo de los Lannister se echaron a reír.
—Joffrey es un mierda —dijo Jon a Arya mientras observaba la escena con el ceño fruncido.
—¿Qué proponéis? —Ser Rodrik se tironeaba del mostacho blanco, pensativo.
—Acero con filo.
—Hecho —dijo inmediatamente Robb—. ¡Lo vas a lamentar!
42