ARGENTINA
1990
Si la edición española del Mundial marcó un punto de inflexión en cuanto a
participantes, modernización y cobertura televisiva, la de Argentina se puede
considerar como el punto final de un ciclo.
A partir de aquí, el Campeonato del Mundo será muy diferente; se permitirá la participación de
los jugadores de la NBA en todas aquellas competiciones organizadas por la FIBA y los cambios
políticos que se operarán en el Este de Europa configuraran un nuevo mapa mundial con efectos
profundos en naciones importantes en el contexto baloncestístico.
Cuando en el mítico Luna Park bonaerense, testigo de la primera edición del Mundial en 1950, se
procedió a entregar las medallas a los triunfadores se cerraba una etapa en una de las máximas
competiciones del deporte de la canasta. Ya nada sería igual, sencillamente porque el mundo
cambiará de manera radical.
En agosto de 1990, Argentina recibe a las delegaciones participantes en el Mundial en un clima
de efervescencia política como no se ha vivido desde la II Guerra Mundial. La política de apertura
emprendida en la Unión Soviética por Mijail Gorbachov ha provocado grandes convulsiones;
Hungría es el primer país del bloque comunista que aprovecha vientos de libertad para proclamar
una república que acababa con el sistema imperante. Polonia sigue sus pasos y la desmembración
del régimen comunista culmina el 9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín, once
meses después la unificación alemana será un hecho.
La Unión Soviética no puede quedar inmune a los cambios que ha auspiciado. En 1990, Lituania,
Estonia y Letonia se proclaman repúblicas soberanas y la ascensión al poder de Boris Yeltsin, un
año después, propiciará la desmembración de la Unión Soviética, tras el fracaso en su intento de
crear una Confederación de Estados Independientes (CEI).
En Yugoslavia la situación fue mucho más dramática. Las tensiones nacionalistas no sólo no han
remitido sino que han aumentado desde la muerte del mariscal Tito en 1980 y los afanes
independentistas de las diversas repúblicas se conjugan con las divisiones étnicas para
desembocar en una sangrienta guerra, que comenzará en 1991 con la invasión serbia, primero
de Eslovenia y Croacia; más tarde Bosnia.
El clima de agitación políti ca pasa factura al conjunto de la Unión Soviética, campeón olímpico en
Seúl dos años antes, que padece la renuncia de los jugadores lituanos, solidarios con el deseo de
emancipación de su país. Ausentes Sabonis, Marcioulonis, Homicius y Kurtinaitis, el conjunto
soviético mostrará una pálida imagen de sí mismo. Yugoslavia paliará el problema y conseguirá
que sus jugadores participen bajo la misma bandera pese a que en el horizonte se otean los
graves problemas que les conducirán a la guerra civil.
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FUNDACIÓN PEDRO FERRÁNDIZ
CAMPEONATO DEL MUNDO