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Ahora bien, el sujeto propio de la ética de la paz debe ser, ante todo, la sociedad civil. De ahí la necesidad de organizar programas de educación para la paz, de sensibilizar la opinión pública hacia ese bien común, de transformar el corazón humano (“de piedra”) creando la alternativa de un corazón compasivo (“de carne”). El deber de educar para la paz estaba ya expresamente mencionado en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, cuyo artículo 26 dice: “La educación (…) favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”.

Los constructores y las constructoras de la paz, pues, no surgen por casualidad; sobre todo, si la paz se entiende como fruto de la verdad, la justicia, la libertad y el amor. El mensaje pontificio sostiene, en ese sentido, que es necesario enseñar a los hombres y mujeres a amarse y educarse en la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Esto implica el cultivo de ciertas actitudes básicas. Enunciemos y expliquemos al menos tres de ellas: acción, compasión y justicia.

Acción responsable, porque la lucha por la paz debe ser un quehacer permanente frente a la violencia de las guerras, la inseguridad ciudadana, la violencia en las escuelas, el crimen organizado, la violencia de género, la violencia estructural (que mata por empobrecimiento), la violencia cultural (que niega existencia e identidad) y la violencia de la exclusión social (los excluidos no son solamente explotados, sino “sobrantes” y “desechables”: eso representan en el mundo globalizado los millones de desempleados o subempleados, los mil millones que viven con menos de un dólar diario, los más de 900 millones que padecen hambre). Los documentos de Medellín plantearon con toda claridad esta actitud activa que supone el trabajo por la paz: “La paz no es pasividad ni conformismo. No es, tampoco, algo que se adquiera de una vez por todas; es el resultado de un continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias, a las exigencias y desafíos de una historia cambiante (…) Una paz auténtica implica lucha, capacidad de inventiva, conquista permanente”.

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!

Que allí donde haya odio, ponga yo amor;

donde haya ofensa, ponga yo perdón;

donde haya discordia, ponga yo unión;

donde haya error, ponga yo verdad;

donde haya duda, ponga yo fe;

donde haya desesperación, ponga yo esperanza;

donde haya tinieblas, ponga yo luz;

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto

ser consolado como consolar;

ser comprendido, como comprender;

ser amado, como amar.

Porque dando es como se recibe;

olvidando, como se encuentra;

perdonando, como se es perdonado;

muriendo, como se resucita a la vida eterna.

AMEÉN

Oración por la paz