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La ética de la paz conlleva también la compasión solidaria. Para el Dalái Lama, líder espiritual de los tibetanos, la clave para vivir en un mundo más feliz y sin conflictos es tener más compasión “los unos con los otros”. Y la define como un estado mental libre de agresividad y de intenciones violentas. Es una actitud que desea liberar a los otros de sus sufrimientos, con compromiso, responsabilidad y respeto. Y desde la inspiración cristiana, la compasión es el amor práctico que surge ante el sufrimiento ajeno injustamente infligido para erradicarlo, por ninguna otra razón más que la existencia misma de ese sufrimiento.

Finalmente, un rasgo propio de la ética cristiana de la paz es la justicia. Medellín, por ejemplo, afirma que la paz es ante todo obra de la justicia y, por tanto, supone y exige la instauración de un orden justo en el que los seres humanos puedan desarrollar su potencial, donde su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido y su libertad personal garantizada.

Que la paz sea posible no significa que sea fácil. Pero cuando la sociedad civil presta atención a los valores y acciones que nos llevan a poner el bien común por encima del interés particular, a fortalecer la calidad de vida social y ecológica, a cultivar la dimensión espiritual que nos humaniza, entonces estamos construyendo la paz con raíces profundas. El compromiso ético de la ciudadanía con la paz es, por tanto, una condición indispensable para que la paz verdadera sea posible.

Jesús dijo:

Paz a vosotros. S. Juan 20: 19, 21; 20:6