Mejor rendimiento del edificio: Cuando se adaptan a los hábitos reales de uso, los edificios son más eficientes y duraderos.
Mayor valor social y emocional: Se crean vínculos más fuertes entre las personas y sus entornos, lo que fortalece el sentido de comunidad.
Tiempo y costo: Incluir a los usuarios en el proceso puede extender los plazos de diseño, pero los resultados a largo plazo lo justifican.
Educación del profesional: Se requiere una nueva mentalidad en arquitectos, urbanistas e ingenieros, que combine habilidades técnicas con sensibilidad social.
Tecnología como aliada: Herramientas como la realidad virtual, los gemelos digitales o el análisis de datos pueden facilitar la interacción con los usuarios y prever sus necesidades.
Al escuchar activamente a quienes habitarán los espacios, se construyen entornos más amables, útiles y significativo.
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