Para empezar echemos un vistazo al texto de Hageo. El sentido principal de la intervención divina mediante el profeta a finales del siglo VI a.C., era la reconstrucción del santuario, con el propósito central de garantizar la reunificación nacional en torno al culto. En ese orden de ideas, lo más relevante era el templo y lo que significaba. Lo secundario y colateral era el despertar espiritual de Hageo (profeta) dirigido hacia a Zorobabel (político) a Josué (sacerdote), y a todo el pueblo. A aquellos se les prometía una esperanza escatológica (Hageo 1:1, 2:2, 4, 21, 23); al pueblo, recompensas más terrenales (Hageo 2:2-9; 11-19). Pero para el profeta, parecía claro que por encima de cargos y premios, el impulso divino estaba encaminado a transformar la perspectiva de los judíos respecto a las prioridades. En síntesis, aunque suene poco espiritual, la reunificación simbolizada en el templo era la prioridad, y el avivamiento era el medio para lograrlo. ¿Hace falta comprender esto en nuestro tiempo, en que los despertares religiosos son vistos como el propósito principal en sí mismos?
Por otro lado, examinemos la actitud de Jesús respecto a vincular ministerio y política. Él mismo pareciera zanjar el debate en Juan 6:14-15: El pueblo interpretó el signo de la multiplicación de los panes y los peces como evidencia de su vinculación con el poder terrenal y se dispuso a entronizarlo, dentro de sus expectativas de lo que debería ser un rey-profeta. En respuesta a esta iniciativa artificiosa, Jesús se distanció, pues de momento no se percibía el mismo impulso divino visto en Hageo de cohesionar a los judíos alrededor de un símbolo nacional unificador. Pero esto no significa que Jesús fuera indiferente a los avatares de la política. En la agenda de su ministerio también está bien resaltada su función como gobernante cósmico justo, cuyos matices profético y sacerdotal aparecen también (Marcos 8:38; Lucas 22:69; 2 Timoteo 2:2; 6: 15-16; Apocalipsis 5:10-14; 19:11-16). Pero hay que señalar que las circunstancias de esta realización serán escatológicas, tal como las previstas para Zorobabel y Josué.
Lic. Nelson Lavado
Docente de Teología y
Educación Religiosa
Bogotá, Colombia
su función como gobernante cósmico justo, cuyos matices profético y sacerdotal aparecen también (Marcos 8:38; Lucas 22:69; 2 Timoteo 2:2; 6: 15-16; Apocalipsis 5:10-14; 19:11-16). Pero hay que señalar que las circunstancias de esta realización serán escatológicas, tal como las previstas para Zorobabel y Josué.
Con lo anterior, se puede vislumbrar que los modelos de Hageo y Jesús no corresponden a las expectativas terrenales que hoy defienden algunos líderes eclesiales en torno al poder político temporal. Éstos en la actualidad proponen, bajo su exclusivo liderazgo, la recuperación de lo político para el Reino de Dios. Pero, en vista de los progresos culturales, esta iniciativa parece bastante anacrónica, una especie de reaparición del trasnochado ideal de teocracia medieval, acartonada y cerrada sobre sí misma. Semejante visión en un mundo postmoderno, sería semejante a un pesado dinosaurio bloqueando el tránsito de aeronaves en la pista de un aeropuerto internacional. Quienes añoran tal resurgimiento, deberían recordar que las plagas del nepotismo (inmoralidad en lo profético), la simonía (inmoralidad en lo gubernamental) y el ausentismo (inmoralidad en lo sacerdotal) eran pasos de un gigante reptil difícil de controlar. Unificar el poder terrenal bajo el mando de la Iglesia, especialmente durante los siglos XII-XVI, fue un despropósito.