Creo que nunca, en la historia de la Iglesia, se han cuestionado tanto los ministerios como hoy. Quizás el más vilipendiado ha sido el del pastor. Se nos ha tratado de perezosos, de vividores, explotadores y en fin epítetos no han faltado. En orden, que se me antoja, pueden seguir los maestros pues casi nadie cree en ese ministerio. Para ejercer el ministerio de la enseñanza, en la mayoría de denominaciones, se debe tener otro ministerio que lo soporte económicamente (casi siempre es el pastorado). En nuestros días el foco de críticas es el apostolado, que con razón o sin ella, es cuestionado inclusive por eruditos en la Palabra de Dios. Y ni que hablar del profeta.
Se esgrimen argumentos desde diferentes fundamentos. Desde la Biblia, desde los idiomas originales y desde la praxis. Lo cierto es que no queda títere con cabeza. ¿Debemos renovar nuestra visión y fundamento acerca de lo ministerios?
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” Efesios 4:11-12 RVR60. Creo que toda discusión debe empezar desde estos versículos.
Según el texto, Cristo dio dones, los que llamamos ministerios. El problema empieza por determinar si son cinco o solamente cuatro, pues algunos dicen que pastor y maestro es uno solo. Luego viene la crítica relacionada a que los apóstoles eran únicamente los doce que estuvieron con el Señor Jesucristo. Pero se “ven a gatas” para explicar cómo incluir a Pablo y a Bernabé quienes son considerados apóstoles. Escuché a un predicador decir que en la Nueva Jerusalén están escritos los nombres de los doce y que eso es prueba suficiente para descartar a cualquiera otro que se “auto nombre” como apóstol. Claro, este predicador nunca aclara cuál es el apóstol “doce”, si es Judas el traidor, o es Matías o quizás Pablo.