BRUJULA CIUDADANA Ciudadanía activa y enérgica | Page 20

Brújula Ciudadana 106 18 En México el proceso fue distinto al del Cono Sur, el autoritarismo mexicano en el siglo XX no utilizaba la represión generalizada sino la selectiva, el control gubernamental sobre la sociedad se ejercía con la fuerza corporativa, cuando ésta entró en declive surgieron di- versas formas de organización en el ámbito sindical, campesino y urbano, pero también en los territorios y en los nuevos sectores sociales que tomaron como bandera la rei- vindicación de los derechos humanos y la democracia y que tenían como referente de su identidad a la sociedad civil. A las organizaciones sindicales, campesinas y las del movimiento urbano popular les resulta- ba claro que con la sociedad civil se realizaban alianzas, y aunque no se reconocían en esa categoría tampoco desconfiaban de ella, como ocurría -y tal vez ocurra hasta ahora- con la vieja izquierda partidaria de corte nacional - revolucionario. Este proceso tuvo no solo importancia práctica, sino también teórico – práctica. En los espacios de las organizaciones emergentes se fue construyendo, desde la década de los ochenta, la referencia a sociedad civil como identidad compartida. El discurso tuvo fuerte influencia del legado intelectual del comunista italiano Antonio Gramsci, se desarrolló en espacios de reflexión de las organizaciones civiles, vinculados a las orga- nizaciones sociales y comunitarias, entre los grupos generados en la transformación ecle- sial surgida en América Latina, comúnmente conocida como Teología de la Liberación y en algunos círculos intelectuales. Las organizaciones que se identificaron con sociedad civil desarrollaron propuestas estra- tégicas en la pedagogía popular, en el desarro- llo social -entendido como derecho humano- incluso en la relación con el poder político a partir del desarrollo teórico – práctico de la democracia participativa, misma que fue capaz de modificar la percepción que los gobiernos, los politólogos conservadores y los políticos tradicionales tenían de la participación ciuda- dana, que si bien aceptaban que la democracia implica el voto del pueblo, manifestaban su escepticismo sobre la capacidad del demos para intervenir en los asuntos de gobierno, imponiéndose la creencia de que la partici- pación social dificulta la construcción racional de la vida pública (Avritzer, 2010). Lo más que le reconocían a los ciudadanos comunes fue la capacidad de emitir un sufragio para seleccionar, mediante el voto mayoritario, a la élite a la que le otorgarían el monopolio de las decisiones (Schumpeter, 1971). Las prácticas de democracia participativa en América Latina, y de aquí a varias partes del mundo, llevaron a revalorar a los diversos actores sociales, tematizados como organi- zaciones de la sociedad civil, y por lo mismo pasaron de ser considerados de amenazas al