book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 95

—¡Aquí, Chatarrillas! —le grité—. ¡Aquí abajo! Corrí hasta su dedo gordo y le asesté un tajo con Contracorriente. Su hoja mágica abrió una hendidura en la superficie de bronce. Por desgracia, mi plan funcionó. Talos bajó la vista y levantó el pie para aplastarme como a una cucaracha. No vi lo que hacía Bianca, porque tuve que volverme y salir corriendo. El pie descargó a sólo unos centímetros de mi espalda y salí despedido por el aire. Me golpeé con algo duro y me incorporé, aturdido. Había ido a parar a un frigorífico olímpico. El monstruo estaba a punto de acabar conmigo, pero Grover se las había arreglado para desenterrarse de entre los montones de chatarra y se había puesto a tocar sus flautas frenéticamente. Su música disparó otro poste eléctrico hacia el monstruo y esta vez le dio en el muslo. Fue suficiente para que Talos se volviera. Grover tendría que haber echado a correr, pero debía de estar demasiado exhausto por el esfuerzo. Dio un par de pasos, se desplomó y no volvió a levantarse. —¡Grover! —Thalia y yo corrimos en su ayuda, pero era evidente que no llegaríamos a tiempo. El gigante alzó su espada para hacerlo picadillo. Y de pronto se quedó petrificado. Ladeó la cabeza como si acabara de oír una música nueva y extraña. Empezó a mover a lo loco los brazos y las piernas, en plan Rey de la Pista, y acabó cerrando una mano y atizándose un puñetazo en la cara. —¡Dale, Bianca! —grité. Zoë me miró horrorizada. —¿Está ahí dentro? El monstruo se tambaleó. Me di cuenta de que todavía corríamos peligro. Cargamos con Grover entre Thalia y yo, y corrimos hacia la autopista. Zoë iba delante. —¿Cómo va a salir de ahí dentro? —gritó. El gigante volvió a golpearse en la cabeza y dejó caer la espada. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Dando tumbos, se dirigió hacia los cables eléctricos. —¡Cuidado! —chillé, pero ya era demasiado tarde. Los cables se enredaron en el tobillo del gigante y una serie de destellos azules lo recorrieron de arriba abajo. Rogué que el interior estuviera aislado. No tenía ni idea de lo que estaría pasando allí dentro. El monstruo se escoró hacia atrás y, de repente, la mano izquierda se le desprendió y fue a aterrizar en la montaña de chatarra con un espantoso ruido. Se le soltó también el brazo izquierdo. Las articulaciones se le estaban descoyuntando. Y entonces el gigante echó a correr, tambaleante. —¡Espera! —gritó Zoë. Salimos disparados tras él, pero era imposible darle alcance. Sus piezas seguían cayendo y se interponían en nuestro camino. Terminó desmoronándose de arriba abajo: primero la cabeza, luego el torso y por último las piernas se derrumbaron con un gran estruendo. Cuando llegamos junto a los restos, nos pusimos a buscar frenéticamente mientras llamábamos a Bianca. Arrastrándonos entre aquellas piezas monumentales y huecas, removimos sin descanso entre los escombros de piernas, brazos y cabeza hasta las primeras luces del alba, pero sin suerte. Zo? ?6R6V?L;2?&???;26?????"?fW&????&"?RFV?;26?F???F??w&?F&FR&&??G&fW<;26??7RW7F?6&W??7FFFV?v?v?FR??( D??&VR????W??FV??26VwV?"'W66?F?( FF??^( B?f??2V?6??G&&???( D??????V?6??G&&V??2( Fv??;2w&?fW"?FW6??F?( B??7V6VF?F?F?6???W7F&&Wf?7F???( L+?\:?V?W&W2FV6?#??V??R?,;26?????2???&?6?2??( D?&?fV<:?? *?V??6RW&FW,:V??F?W'&6????Wf??+??+?<;6????7WR&WfW&??? +?<;6???,:?W&?F?F?VR????FV?F6RV??V??Vv"FR?6W&??????W7L:&??2V??V??FW6?W'F???&??6F??vV???,:?FW6&V6?F???