book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 64

habría tomado por un broker. Tenía un rostro brutal, hombros enormes y manos capaces de partir en dos el mástil de una bandera. Sus ojos eran como piedras. Tuve la sensación de estar mirando una estatua viviente. Resultaba asombroso que pudiera moverse. —Ya me has fallado una vez, Espino —tronó. —Pero General… —¡Sin excusas! Espino retrocedió un paso. Yo lo había considerado un tipo espeluznante cuando lo vi por primera vez con su uniforme negro en la academia militar de Westover. Ahora, en cambio, de pie ante el General, parecía un novato patético. El General sí impresionaba. No necesitaba uniforme. Era un líder nato. —Debería arrojarte a las profundidades del Tártaro por tu incompetencia —dijo—. Te mando a que captures al hijo de uno de los tres dioses mayores y tú me traes a una esmirriada hija de Atenea. —¡Pero usted me prometió una oportunidad para vengarme! —protestó Espino—. ¡Y una unidad para mí! —Soy el comandante en jefe del señor Cronos —dijo el General—. ¡Y elegiré como lugartenientes a quienes me ofrezcan resultados! Sólo gracias a Luke logramos salvar en parte nuestro plan. Y ahora, Espino, fuera de mi vista. Hasta que encuentre alguna tarea menor para ti. Espino se puso rojo de rabia. Creí que iba a empezar a echar espumarajos o disparar espinas, pero se limitó a inclinarse torpemente y abandonó la estancia. —Bien, muchacho —dijo el General, mirando a Luke—, lo primero que hemos de hacer es separar de los demás a la mestiza Thalia. El monstruo que buscamos acudirá entonces a ella. —Será difícil deshacerse de las cazadoras —dijo Luke—. Zoë Belladona… —¡No pronuncies ese nombre! Luke tragó saliva. —P… perdón, General. Yo sólo… El General lo hizo callar con un gesto. —Déjame mostrarte, muchacho, cómo derrotaremos a las cazadoras. Señaló a un guardia que se hallaba en el nivel inferior de la estancia. —¿Tienes los dientes? El tipo se adelantó pesadamente con una vasija de cerámica. —¡Sí, General! —Plántalos —le ordenó. En el centro de la sala había un gran círculo de tierra, donde supongo que estaba previsto exponer un dinosaurio. Observé con inquietud al guardia mientras extraía de la vasija unos aguzados dientes blancos y los iba hundiendo en la tierra. Luego alisó la superficie ante la gélida sonrisa del General. El guardia retrocedió y se sacudió el polvo de las manos. —¡Listo, General! —¡Excelente! Riégalos, y luego dejaremos que sigan el rastro de su presa. El guardia asió una pequeña regadera decorada con margaritas que resultaba más bien incongruente, porque no era agua lo que salía de ella, sino un líquido rojo oscuro. Y me daba la sensación de que no era ponche de frutas. La tierra empezó a burbujear. —Muy pronto, Luke —dijo el General—, te mostraré tales soldados que harán que resulte insignificante el ejército que tienes en ese barco. Luke apretó los puños. —¡Me he pasado un año entrenando a mis fuerzas! Cuando el Pri ncesa Andrómeda llegue a la montaña serán los mejores… —¡Ja! —soltó el General—. No niego que tus tropas puedan convertirse en una magnífica guardia de honor del señor Cronos. Y tú, naturalmente, tendrás un papel que desempeñar… Me pareció que Luke palidecía aún más.