book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 48
—¿Yo? Pero… si soy nueva. No serviría para nada.
—Lo harás muy bien —insistió Zoë—. No hay senda más provechosa para probarse una a sí misma.
Bianca cerró la boca. Yo la compadecí. Me acordaba de mi primera búsqueda cuando tenía doce años.
Había tenido todo el tiempo la sensación de no estar preparado. Quizá me sentía honrado, pero también
algo resentido y muerto de miedo. Imaginé que esos mismos sentimientos eran los que le rondaban
ahora a Bianca.
—¿Y del campamento? —preguntó Quirón. Nuestras miradas se encontraron, pero yo no sabía qué
estaba pensando.
—¡Yo! —Grover se puso en pie tan bruscamente que chocó con la mesa. Se sacudió del regazo las
migas de las galletas y los restos de las pelotas de ping pong—. ¡Estoy dispuesto a todo con tal de
ayudar a Annabeth!
Zoë arrugó la nariz.
—Creo que no, sátiro. Tú ni siquiera eres un mestizo.
—Pero es un campista —terció Thalia—. Posee el instinto de un sátiro y también la magia de los
bosques. ¿Ya sabes tocar una canción de rastreo, Grover?
—¡Por supuesto!
Zoë vaciló. Yo no sabía qué era una canción de rastreo, pero, por lo visto, ella lo consideraba algo útil.
—Muy bien —dijo Zoë—. ¿Y el segundo campista?
—Iré yo. —Thalia se levantó y miró alrededor, como desafiando cualquier objeción por anticipado.
En fin, sé que mis dotes matemáticas no son óptimas, pero caí en la cuenta de que habíamos llegado a
cinco y yo no estaba en el grupo.
—Eh, eh, alto ahí —dije—. Yo también quiero ir.
Thalia permaneció en silencio. Quirón seguía estudiándome con ojos tristes.
—¡Oh! —exclamó Grover, advirtiendo de pronto el problema—. ¡Claro! Se me había olvidado. Percy
tiene que ir. Yo no pretendía… Me quedaré aquí. Percy irá en mi lugar.
—No puede —refunfuñó Zoë—. Es un chico. No voy a permitir que mis cazadoras viajen con un chico.
—Has viajado hasta aquí conmigo —le recordé.
—Eso fue una situación de emergencia, por un corto trayecto y siguiendo instrucciones de la diosa.
Pero no voy a cruzar el país desafiando multitud de peligros en compañía de un chico.
—¿Y Grover? —pregunté.
Ella meneó la cabeza.
—El no cuenta. Es un sátiro. No es un chico, técnicamente.
—¡Eh, eh! —protestó Grover.
—Tengo que ir —insistí—. He de participar en esta búsqueda.
—¿Por qué? —replicó Zoë—. ¿Por vuestra estimada Annabeth?
Noté que me ruborizaba. No soportaba que todos me estuvieran mirando.
—¡No! O sea… en parte sí. Sencillamente, siento que debo ir.
Nadie se alzó en mi defensa. El señor D, aún con su revista, parecía aburrirse. Silena, los hermanos
Stoll y Beckendorf no levantaban la vista de la mesa. Bianca me dirigió una mirada compasiva.
—No —se empecinó Zoë—. Insisto. Me llevaré a un sátiro si es necesario, pero no a un héroe varón.
Quirón soltó un suspiro.
—La búsqueda se emprende por Artemisa. Las cazadoras tienen derecho a aprobar o vetar a sus
acompañantes.
Los oídos me zumbaban cuando volví a sentarme. Sabía que Grover y algunos más me observaban
compadecidos, pero yo no podía mirarlos a los ojos. Permanecí allí sentado hasta que Quirón dio por
terminado el consejo.
—Que así sea —concluyó—. Thalia y Grover irán con Zoë, Bianca y Febe. Saldréis al amanecer. Y que
los dioses —miró a Dioniso—, incluidos los presentes, espero, os acompañen.
***