book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 34
—Bueno… —Sentí que el alma se me caía a los pies. Tyson creía que Annabeth era la cosa más guay
de este mundo desde la invención de la mantequilla de cacahuete (que lo volvía loco), y a mí me faltaba
valor para decirle que había desaparecido. Se pondría a llorar de tal modo que acabaría apagando la
fragua—. No está aquí ahora mismo.
—¡Dile hola de mi parte! —Sonrió de oreja a oreja—. ¡Hola, Annabeth!
—Está bien —dije, tragándome el nudo que se me había hecho en la garganta—. Así lo haré.
—Y no te preocupes por el barco malo. Se está alejando.
—¿Qué quieres decir?
—¡El canal de Panamá! Eso está muy lejos.
Arrugué el entrecejo. ¿Por qué habría llevado Luke su crucero infestado de demonios hasta allá abajo?
La última vez que lo vimos iba bordeando la costa Este mientras reclutaba mestizos y entrenaba a su
monstruoso ejército.
—Bien —respondí, aunque no me había tranquilizado—. Es una buena noticia, imagino.
En el interior de la fragua resonó el bramido de una voz ronca que no logré identificar. Tyson dio un
paso atrás.
—He de volver al trabajo. Si no, el jefe se pondrá furioso. ¡Buena suerte, hermano!
—Bueno. Dile a papá…
Antes de que pudiera terminar, la visión tembló y empezó a desvanecerse. Me encontré otra vez en mi
cabaña, ahora más solo que nunca.
***
Durante la cena me sentí abatido. Es decir, la comida era excelente, como siempre. Un menú a base de
barbacoa, pizza y soda a discreción nunca falla. Las antorchas y los braseros mantenían caldeado el
pabellón, situado a la intemperie. Pero teníamos que sentarnos con nuestros compañeros de cabaña, lo
cual significaba que yo estaba solo en la mesa de Poseidón y Thalia estaba sola en la de Zeus, pero no
podíamos sentarnos juntos. Normas del campamento. Al menos, las cabañas de Hefesto, Ares y Hermes
contaban con unos cuantos campistas. Nico se había sentado con los hermanos Stoll, porque los nuevos
tenían que quedarse en la cabaña de Hermes mientras no se supiera quiénes eran sus progenitores
olímpicos. Los Stoll intentaban convencer a Nico de que el póquer era más divertido que la Mitomagia,
y recé por que no tuviese ningún dinero que perder.
La única mesa donde parecían pasárselo bien era la de Artemisa. Las cazadoras bebían y comían y no
paraban de reírse como una familia feliz. Zoë ocupaba la cabecera, con aires de mamá clueca. Ella no
se reía tanto como las demás, pero sonreía de vez en cuando. Su diadema plateada de lugarteniente
relucía entre sus trenzas oscuras.
Me parecía mucho más guapa cuando sonreía. Bianca daba la impresión de divertirse muchísimo. Se
había empeñado en aprender a echar un pulso con una de las cazadoras, la que se había peleado en la
pista de baloncesto con un chico de Ares. La otra la derrotaba una y otra vez, pero a ella no parecía
importarle.
Cuando terminamos de comer, Quirón hizo el brindis habitual dedicado a los dioses y dio la bienvenida
formal a las cazadoras de Artemisa. Los aplausos que sonaron no parecían muy entusiastas. Luego
anunció el partido de capturar-la-bandera que se celebraría en su honor al día siguiente por la noche, lo
cual tuvo una acogida mucho más calurosa.
Después desfilamos hacia las cabañas. En invierno se apagaban las luces muy temprano. Yo estaba
exhausto y me quedé dormido enseguida. Ésa fue la parte buena. La mala fue que tuve una pesadilla. E
incluso para lo que yo estaba acostumbrado, era una pesadilla de campeonato.
***
Annabeth estaba en una oscura ladera cubierta de niebla. Parecía casi el inframundo, porque yo sentía
claustrofobia en el acto. No veía el cielo sobre mi cabeza: sólo una pesada oscuridad, como si estuviese
en el interior de una cueva.