book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 145

contenta y riéndose después de tantos años soportando a mi espantoso padrastro, Gabe Ugliano, no podía dejar de alegrarme por ella. —¿Prometes no llamarlo señor Besugote? —me preguntó. Me encogí de hombros. —Bueno, por lo menos no en su presencia. —¿Sally? —llamó él desde la sala de estar—. ¿Necesitas el cuaderno verde o el rojo? —Tengo que dejarte —me dijo mamá—. ¿Nos vemos en Navidad? —¿Me pondrás golosinas azules en el calcetín? Ella sonrió. —Si aún no eres demasiado mayor para eso… —Para las golosinas no soy mayor. —Nos vemos entonces. Agitó la mano a través de la niebla. Su imagen se disolvió y pensé que Thalia tenía razón cuando en Westover Hall me había dicho que mi madre era estupenda. *** Comparado con el monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo. Era el viernes antes de Navidad, pero todavía muy temprano y apenas había gente en la Quinta Avenida. Argos, el jefe de seguridad (ya sabes, el de los múltiples ojos), nos recogió a Annabeth, a Grover y a mí en el Empire State para llevarnos de vuelta al campamento. Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta. Mientras subíamos por la Colina Mestiza hasta el pino donde relucía el Vellocino de Oro, casi esperaba encontrarme allí a Thalia. Pero no: no estaba. Había partido con Artemisa y las demás cazadoras en pos de una nueva aventura. Quirón nos recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sandwiches de queso. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles nuestro extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado para otro, preguntando dónde estaba la cafetería más cercana. Annabeth y yo nos quedamos un rato hablando con Quirón y con otros campistas veteranos: Beckendorf, Suena Beauregard y los hermanos Stoll. Incluso estaba Clarisse, de Ares, que ya había regresado de su misión secreta de reconocimiento. Deduje que habría pasado muchas dificultades, porque ni siquiera trató de pulverizarme. Tenía una nueva cicatriz en la barbilla, y llevaba el pelo rubio cortado al rape de un modo irregular, como si alguien la hubiese atacado con un par de tijeras. —Tengo noticias —masculló inquieta—. Malas noticias. —Ya te contaré —me dijo Quirón con forzada jovialidad, interrumpiendo a Clarisse—. Lo importante es que has vencido. ¡Y que has salvado a Annabeth! Ella me sonrió agradecida y yo desvié la mirada. Por alguna razón, me sorprendí a mí mismo pensando en la presa Hoover y en la extraña mortal que había conocido allí: Rachel Elizabeth Daré. No sabía por qué, pero sus irritantes comentarios me venían a la cabeza una y otra vez. «¿Es que matas a todo el que se suena la nariz?» Si estaba vivo era gracias a las muchas personas que me habían ayudado, incluida aquella mortal con que me había cruzado por azar. Y ni siquiera le había dicho quién era. —Luke está vivo —dije—. Annabeth tenía razón. Ella se incorporó en su asiento. —¿Cómo lo sabes? Procuré no sentirme molesto por su interés. Le conté lo que me había dicho mi padre sobre el Princesa Andrómeda. —Bueno —dijo removiéndose, inquieta—. Si la batalla final ha de producirse cuando Percy cumpla dieciséis, al menos nos quedan dos años para resolver algunas cosas.