book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 138
—Sí, de primera clase —lo interrumpió Hermes, al parecer deseoso de ahorrarse la poesía de Apolo—.
¿Todos a favor de que no los desintegremos?
Algunas cuantas manos se alzaron tímidamente: Deméter, Afrodita…
—Espera un segundo —gruñó Ares, y nos señaló a Thalia y a mí—. Esos dos son peligrosos. Sería
mucho más seguro, ya que los tenemos aquí…
—Ares —lo cortó Poseidón—, son dignos héroes. Y no vamos a volar en pedazos a mi hijo.
—Ni a mi hija —rezongó Zeus—. Lo ha hecho muy bien.
Thalia se sonrojó y se concentró en el suelo de mármol. Sabía cómo se sentía. Yo apenas había hablado
con mi padre, y mucho menos me había llevado un cumplido.
La diosa Atenea se aclaró la garganta.
—También yo estoy orgullosa de mi hija. Sin embargo, en el caso de los otros dos hay un riesgo de
seguridad evidente.
—¡Madre! —exclamó Annabeth—. ¡Cómo puedes…!
Atenea la cortó con una mirada serena pero firme.
—Es una desgracia que mi padre Zeus y mi tío Poseidón rompieran su juramento de no tener más hijos.
Sólo Hades mantuvo su palabra, cosa que encuentro irónica. Como sabemos por la Gran Profecía, los
hijos de los tres dioses mayores (como Thalia y Percy) son peligrosos. Por muy majadero que sea, Ares
tiene razón.
—¡Exacto! —dijo él—. Eh, un momento. ¿Cómo me has llamado?
Iba a incorporarse, pero una enredadera se le enrolló a la cintura como un cinturón de seguridad y lo
obligó a sentarse de nuevo.
—¡Por favor, Ares! —resopló Dioniso—. Guárdate esos arrestos para más tarde.
Ares soltó una maldición y se arrancó la enredadera.
—¿Y tú quién eres para hablar, viejo borracho? ¿En serio deseas proteger a esos mocosos?
Dioniso nos miró con cansancio desde la altura de su trono.
—No es que sienta amor por ellos. ¿Realmente consideras, Atenea, que lo más seguro es destruirlos?
—Yo no me pronuncio —dijo Atenea—. Sólo señalo el peligro. Lo que haya que hacer, debe decidirlo
la asamblea.
—Yo no les aplicaría ningún castigo —dijo Artemisa—, sino una recompensa. Si destruimos a unos
héroes que nos han hecho un gran servicio, entonces no somos mejores que los titanes. Si ésta es la
justicia del Olimpo, prefiero pasar sin ella.
—Cálmate, hermanita —dijo Apolo—. Has de relajarte, caramba.
—¡No me llames hermanita! Yo los recompensaría.
—Bueno —rezongó Zeus—. Tal vez. Pero al monstruo hay que destruirlo. ¿Estamos de acuerdo en
eso?
Gestos de asentimiento.
Me costó unos segundos entender lo que estaban diciendo. Y entonces el corazón me dio un vuelco.
—¿Bessie? ¿Queréis destruir a Bessie?
—¡Muuuuu!
Mi padre frunció el entrecejo.
—¿Has llamado Bessie al taurofidio?
—Padre —dije—, es sólo una criatura del mar. Una cr ?GW&&V??V?FR?W&??6????L:??2FW7G'V?&????6V?L;6?6R&V??f?;2???<;6??F???( EW&7??V??FW"FRW6R???7G'V?W26??6?FW&&?R?6???2F?F?W2??Vv&?6GW&&??(
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