book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 106
Capítulo 15
Lucho a brazo partido con el primo malvado de Papá Noel
—Avísame cuando esto haya terminado —me dijo Thalia, apretando los párpados.
La estatua nos sujetaba con fuerza; no podíamos caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce
como si le fuera la vida en ello.
—Todo va bien —la tranquilicé.
—¿Volamos… muy alto?
Miré hacia abajo. A nuestros pies desfilaba a toda velocidad una cadena de montañas nevadas. Estiré
una pierna y le di una patada a la nieve de un pico.
—No —dije—. No tan alto.
—¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë. Ella y Grover volaban en brazos de la otra estatua—. Yo he
cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.
—¡Ah, qué ciudad! —suspiró nuestro ángel—. Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del
Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí
que saben divertirse!
—¡Ya lo creo, chico! —respondió el otro—. ¡Decidido!
—¿Vosotros habéis visitado San Francisco? —pregunté.
—Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando —repuso nuestra estatua—.
Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol,
¿sabes? Y…
—¡Hank! —lo interrumpió Chuck—. ¡Que son niños, hombre!
—Ah, cierto. —Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó—.
Sigamos volando.
Aceleramos. Era evidente que los dos ángeles estaban entusiasmados. Las montañas se fueron
convirtiendo en colinas y pronto empezamos a sobrevolar tierras de cultivo, ciudades y autopistas.
Grover tocaba sus flautas para pasar el rato. Zoë, aburrida, se puso a lanzar flechas a las vallas
publicitarias que desfilaban a nuestros pies. Cada vez que pasábamos un gran centro comercial —y los
vimos a docenas—, ella le hacía unas cuantas dianas al rótulo de la entrada a ciento sesenta por hora.
Thalia mantuvo los ojos cerrados todo el trayecto. No paraba de murmurar entre dientes, como si
estuviera rezando.
—Antes lo has hecho muy bien —la animé—. Zeus te ha escuchado.
No era posible saber lo que pensaba con los ojos cerrados.
—Quizá —respondió—. ¿Y tú cómo te has librado de los esqueletos en la sala de los generadores? ¿No
has dicho que te tenían acorralado?
Le hablé de aquella extraña mortal, Rachel Elizabeth Daré, que al parecer era capaz de ver a través de
la Niebla. Pensé que iba a decirme que estaba loco, pero ella asintió.
—Hay mortales así —dijo—. Nadie sabe por qué.
Y entonces se me ocurrió algo que nunca había pensado. Mi madre era así. Ella había visto al
Minotauro en la Colina Mestiza y lo había identificado a la primera. Tampoco se había sorprendido el
año anterior cuando le dije que mi amigo Tyson era un cíclope. Quizá ya lo sabía desde el principio. No
era de extrañar que pasase tanto miedo por mí mientras me criaba. Ella veía mejor que yo a través de la
Niebla.
—Bueno, esa chica era un poco pesada —continué—. Pero me alegro de no haberla pulverizado. Lo
habría sentido mucho.
Thalia asintió.
—Debe de ser bonito ser un mortal como los demás.