Entre los factores psicológicos que contribuyen al bienestar y la felicidad personal destacan un estilo de pensamiento reflexivo, lógico y objetivo, ser optimista, tener un buen sentido del humor, desarrollar habilidades para resolver problemas, disfrutar y gozar lo que se tiene en la actualidad, vivir con tranquilidad, confiar en sus propias capacidades, desarrollar nuestra autoeficacia, asertividad y autoestima (Folkman y Moskowitz, 2000).
Por lo tanto, es sumamente importante el trabajo psicoeducativo y terapéutico enfocado en desarrollar nuestra capacidad autorregulatoria, a través de distintas estrategias de intervención destinadas a inducir emociones positivas, como las experiencias de relajación y los recuerdos de experiencias agradables, pues se ha encontrado que estas emociones fomentan la creatividad y contribuyen a ampliar el repertorio de pensamiento y conducta, construyendo y fortaleciendo recursos personales físicos, intelectuales y sociales que posibilitan un mejor afrontamiento de las adversidades (Barragán y Morales; 2014).
De la misma forma en que al facilitar una relajación somática se interfieren o inhiben respuestas de ansiedad, también, la inducción de respuestas incompatibles con estados de miedo, ansiedad, ira, o tristeza, a través de estados positivos tales como la alegría, tranquilidad, amor, interés, etc., pueden resultar efectivos para superar estos estados emocionales negativos (Oblitas, 2017). Y este cambio emocional tiene una importante incidencia en el proceso salud-enfermedad:
Durante la segunda mitad del siglo XX la mayor parte de las investigaciones se centraron prioritariamente en estudiar las implicaciones de estos estados emocionales negativos en el desarrollo de la enfermedad, pero afortunadamente en la actualidad además de ello se considera el amplio potencial que pueden tener las emociones positivas como la alegría, el júbilo, la diversión, la felicidad, y la tranquilidad en el proceso de promoción de la salud, prevención y atención de la enfermedad (Oblitas, 2017).