Martin Lutero es una de las personalidades más relevantes de la historia universal del cristianismo. Aún hoy, es posible evidenciar las huellas de su pensamiento y el fruto de la ferviente labor eclesiástica que impulsó con el fin de que la Iglesia saliera de las cautividades babilónicas del romanismo, y se introdujera en una fe viva y transformadora por medio de la revelación de las Escrituras.
La figura de Lutero ha sido abordada por diversos movimientos como ícono de debate. Por la misma razón, las caracterizaciones y hasta caricaturas en torno al personaje, han abundado en calificativos. Para la ilustración, un precursor de la libertad de conciencia. Para el nacionalismo alemán, el mejor de los germanos. Para los evangélicos, un héroe de la fe. Para los judíos, un furibundo antisemita.
Para los católicos, el peor de los bárbaros de la herejía protestante. Para discípulos como Zuinglio, o Melanchton, un nuevo Elías que venía a limpiar a este nuevo Israel de la prostitución idolátrica en que le habían dejado caer. Para sus enemigos era un demonio libidinoso y aterrador que se debía eliminar. En definitiva, la gente de su época se dividió entorno a su figura.
Lo que queda claro, es la noción de polemista y rupturista en el actuar del reformador protestante. Impronta que sería parte de la vida de aquel muchacho crecido en Mansfeld,
que impactado por la gracia de Dios, se advirtió asombrado de un Dios que decide amar, al que estaba condenado perpetuamente, justificarlo por la fe y trasladarlo de posición; sanarlo, encajarlo en un propósito multigeneracional, y hacerlo su martillo.
Lutero nace el 10 de noviembre de 1483, en Eisleben, actual Alemania. Hijo de Juan Luder, y Margarita Lindemann. Crece en una familia pujante, dedicada a actividades metalúrgicas en el sector de la minería, condición socioeconómica que le favoreció al momento de educarse, entre 1501 a 1505, en artes liberales y obtener un Magister artium en la Universidad de Erfurt.
Determinado en continuar estudiando derecho, y complaciendo a su familia a causa de sus primeros logros, una intempestiva tormenta de julio de 1505, le toma por sorpresa en la ciudad de Stotternheim.
Un estruendo se escucha en los cielos, y Lutero se postra en tierra sobrecogido de un singular temor de Dios, Lutero promete que si sale con vida, se hará sacerdote, aún en contra de la opinión de su padre. Quince días más tarde, ingresa al monasterio de los recoletos de Erfurt, iniciando un arduo camino en el estudio de la Palabra de Dios.
Por Javier Castro Arcos