No faltan los conflictos
de parejas que se inculpan
mutuamente de responsabilidad
por transmitir
las enfermedades genéticas
a sus hijos. Son
frecuentes también las
inculpaciones y desavenencias
con sus parientes
mayores, alegando
que fueron los abuelos
los que transmitieron los
genes recesivos o deletéreos
que han causado
la desgracia de padecer
taras familiares.