Narración
para leer
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cada dos días, trabajas con el cuento como un obrero, como un alfarero, como un artífice. Trabajas allí, en escena, con un público que se hace testigo de tus caminos, y te arriesgas -para no aburrirte- y a veces, fracasas, porque la búsqueda de los caminos lleva en su esencia, una brújula impredecible.
Una de las cosas hermosas de ser obrero, de trabajar en un oficio, radica en que como dice Primo Levi, el martillo es el mejor ingeniero; y con éxitos y con fracasos, vas puliendo el material y encuentras su verdadera forma. El fracaso es pan de todos los días cuando te mueves en el mundo de los oficios portátiles, en el lugar no convencional. He contado en todo tipo de sitios: minas de carbón, de petróleo, cafetales, ferias de pueblo, bibliotecas, ferias del libro, teatros, centros comunitarios, de salud, cárceles, tarimas, pasarelas de desfile, salas de casa, auditorios, calles, montañas, llanuras, consejos municipales, iglesias, cenas, parques, escaleras, bancas y así mismo, he oído.
Ahora, cuando escucho el tema de la competencia y las competencias, el mundo de los exactos, la carrera en pos del éxito, con marcos de referencia ideales para aplicar los instrumentos, cuando veo tantos temores a perder, tantas causas probando su validez, me pregunto, ¿por qué no entrar en una nueva mirada?, ¿a dónde nos ha llevado esta carrera loca, infinita, inacabada frustrante y sin causa? Porque finalmente, lo que noto en las causas exitosas es que no hay causa, la causa se diluye detrás de la propia competencia, en los objetivos y ejercicios prácticos fuera de la realidad, en marcos establecidos; Cómo artista -continúo- ¿qué he aprendido yo del arte para poder aportar en el mundo de las competencias, de las mediciones, de las predicciones? Mi aporte creo que es el arte de fracasar, el valor de entender que el riesgo se sustenta entonces en estos instrumentos ideales, pero su ejercicio es ya un éxito, el éxito de arriesgar, de atreverse, porque el fracaso existe como posibilidad, como posible resultado de la acción, el hacer, genera movimiento y esto provoca gustos y disgustos; y en ese ámbito , los artistas en una crisis como la actual - que no es nueva- somos los maestros de la osadía, los maestros de la esperanza, del valor, no por ilusos ni por desconocer el fracaso como opción, sino justamente por lo contrario, lo contemplamos como un posible resultado, un resultado más, que no entraña destrucción sino preguntas, lo que
importa es el camino, el
recorrido, la exploración.
En mi oficio, noto que el cuento busca sus lugares, va habitando dentro de ti, de pueblo en pueblo, de casa en casa, de sala en sala, te aprovecha para contarse. He conocido cuenteros aparatosos, cuenteros de palabras, musicales, danzarines, cada cual, según sus recursos y requisitos, construye el discurso escénico de la palabra; pero el oficio es efímero, variable, depende de muchos factores para que ocurra. Por tanto, tengas lo que tengas, hagas lo que hagas, juegues con lo que juegues, siempre podrás perder.
El fracaso esta ahí, viaja contigo en la maleta, algunas veces se queda en el hotel mientras haces la función, otras te acompaña como espectador y en terribles ocasiones como protagonista. Todos los artistas vivimos esta sensación, este acecho, y en tanto eso, construimos al borde del abismo, como el equilibrista en la cuerda floja, que tiene que cruzar porque el mundo se derrumba tras sus pasos como quien borra un cómic, y a veces con llegar del principio al fin, hizo suficiente.
Acumulo mis fracasos como la joya más preciada, sobre ellos mantengo estrecha vigilancia, observación, orgullo, cada fracaso me demuestra lo grande que ha sido el milagro cuando ocurrió, me enriquece el alma y me alimenta la humildad. Me hace libre, porque siempre está todo por ganar, porque finalmente ¿a quién le importa más que a ti, si volaste, caíste o sobreviviste? Si siempre estarás allí, buscando aquella historia incontable, aquella imagen imposible, aquella palabra inexistente.
El éxito de fracasar, entonces, es una práctica sobre el valor, sobre la osadía, sobre la humildad, te sitúa en el lugar de los iguales, de los responsables, de los caminantes. Eso es lo que me ha dado el oficio: terquedad y flexibilidad, exploración y hallazgos, caídas y abismos. Y nada ha sumado poco, cada salida a escena ha sido la experiencia, el aprendizaje, a ratos un sorbo de verdad, y a ratos de desengaño. En tanto eso, los oficios que prefiero son los que me hacen reír de los fracasos y de los éxitos con la misma alegría.
Bogotá,2009
Soles
Marilina Ross