* 12
por
Carolina Rueda
i algo tienen las putas de oficio, es que llevan en hombros la profesión con todos los fracasos. Fracasa el que las contrata al no ser capaz de conquistar esa compañía por sus propios medios, o al preferir contratarla; fracasan ellas porque raras veces ocurrirá lo que desean; fracasa la sociedad al no saber en donde poner este oficio milenario, existente y humano por definición, que nos acompaña desde el mismo principio.
Saber fracasar creo que es uno de los talentos que desarrollan el espíritu humano. Resulta curioso que empiece un texto sobre la vida del cuentero hablando de las putas; no dejará de asomar una risita maliciosa en los mayores detractores, y en algunos constructores también, pero si en algo somos putas todos los artistas, es en tener el fracaso siempre acechando en cada uno de nuestros actos y eso nos pone un cierto rictus en la boca, más o menos marcado, según si te enfrentas a una hoja en blanco, un lienzo, un escenario o un toro.
Hubo un torero experto en rechifla. Su principal característica, además de ser un torero monumental, era abandonar al público y al toro si no le venía en gracia algún detalle del animal; se sentaba en el estribo del burladero, y no lo toreaba, en aquellos momentos, cuando el público saltaba casi a su cara porque a eso venía, ¡a verlo! a ver su milagro, miraba el reloj de la plaza que podría ser como el reloj de Greenwich para el mundo hispano y se decía “a las siete, todo habrá terminao”
He realizado, junto a otros, una de las proezas de la modernidad, vivir de contar cuentos durante por lo menos 20 años en este mundo de la precisión y de los concretos. Desde que empecé a estudiar literatura y hacer teatro, recuerdo la frase de mi papa mijita va a estudiar para pobre, y cuando me dediqué a contar cuentos las miles de veces de o sea que usted ¿echa cuentos? Ó ¿se puede vivir de eso?
Cada vez que enfrento estos comentarios me
aboco a explicar que sí, que todos vivimos del cuento, lo que pasa es que los cuenteros lo confesamos. Si algo he aprendido de este oficio en toda su extensión es a fracasar. Por eso también me igualo un poco con las putas que se lo tienen que tomar cada día, a sorbitos. Los cuenteros somos actores que podemos subirnos al escenario muchas veces en un año, he realizado giras de 2 y 3 meses con 46 a 52 funciones de cuentería, y esto es un privilegio: al tener ese ritmo, logras una regularidad, una eficacia, que te enseña a vivir los fracasos en tu intimidad, a fracasar dignamente y sin tomatazos, a volverte todo terreno, y en pleno ejercicio de humildad. Practicar las artes escénicas, y la cuentería donde te mueves tú, no el público, de sitio en sitio, de ciudad en ciudad, de edad en edad; hace de cada actuación, un lugar de riesgo, una adaptación, un reconocimiento del otro como interlocutor.
Soy campeona en fracasos. A pesar de mi reconocida trayectoria también llevo un honorable “record” de fracasos: el fracaso de llevar una idea y encontrarte con el lenguaje equivocado, de querer contar algo que se tropieza en tu boca como si todavía no supiera caminar, de un aplauso pálido porque la comunicación no ocurrió, de una imagen que se derrumba por perder la palabra adecuada.
Y también el éxito, ése del logro, del rito. De la magia, de la comunión, del juego. Ya es un éxito subirte al escenario a ejercer tu oficio favorito y tener quien te quiera escuchar.
Sí, vivo de contar cuentos en este mundo, aunque parezca a algunos un oficio fracasado desde el principio, y tengan en el sentido del público masivo, toda la razón; y a otros, una cosa fácil porque solo es echar carreta, echar cuentos (verbo éste, echar que me disuena porque desconoce lo inefable de la palabra. Para quienes lo usan, se echa, (la palabra) como quien echa un polvo, como quien echa al novio, como quien echa esto a la basura). Este oficio y sus derivados me han permitido disfrutar de las mieles y las hieles de mi opción.
Ser cuentero puede significar subirte en escena cada dos días, trabajas con el cuento como un obrero, como un alfarero, como un artífice. Trabajas allí, en escena, con un público que se hace testigo de tus caminos, y te arriesgas -para no aburrirte- y a veces, fracasas, porque la búsqueda de los caminos lleva en su esencia, una brújula impredecible.
Una de las cosas hermosas de ser obrero, de trabajar en un oficio, radica en que como dice Primo Levi, el martillo es el mejor ingeniero; y con éxitos y con fracasos, vas puliendo el material y encuentras su verdadera forma. El fracaso es pan de todos los días cuando te mueves en el mundo de los oficios portátiles, en el lugar no convencional. He contado en todo tipo de sitios: minas de carbón, de petróleo, cafetales, ferias de pueblo, bibliotecas, ferias del libro, teatros, centros comunitarios, de salud, cárceles, tarimas, pasarelas de desfile, salas de casa, auditorios, calles, montañas, llanuras, consejos municipales, iglesias, cenas, parques, escaleras, bancas y así mismo, he oído.
Ahora, cuando escucho el tema de la competencia y las competencias, el mundo de los exactos, la carrera en pos del éxito, con marcos de referencia ideales para aplicar los instrumentos, cuando veo tantos temores a perder, tantas causas probando su validez, me pregunto, ¿por qué no entrar en una nueva mirada?, ¿a dónde nos ha llevado esta carrera loca, infinita, inacabada frustrante y sin causa? Porque finalmente, lo que noto en las causas exitosas es que no hay causa, la causa se diluye detrás de la propia competencia, en los objetivos y ejercicios prácticos fuera de la realidad, en marcos establecidos; Cómo artista -continúo- ¿qué he aprendido yo del arte para poder aportar en el mundo de las competencias, de las mediciones, de las predicciones? Mi aporte creo que es el arte de fracasar, el valor de entender que el riesgo se sustenta entonces en estos instrumentos ideales, pero su ejercicio es ya un éxito, el éxito de arriesgar, de atreverse, porque el fracaso existe como posibilidad, como posible resultado de la acción, el hacer, genera movimiento y esto provoca gustos y disgustos; y en ese ámbito , los artistas en una crisis como la actual - que no es nueva- somos los maestros de la osadía, los maestros de la esperanza, del valor, no por ilusos ni por desconocer el fracaso como opción, sino justamente por lo contrario, lo contemplamos como un posible resultado, un resultado más, que no entraña destrucción sino preguntas, lo que importa es el camino, el recorrido, la exploración.
En mi oficio, noto que el cuento busca sus lugares, va habitando dentro de ti, de pueblo en pueblo, de casa en casa, de sala en sala, te aprovecha para contarse. He conocido cuenteros aparatosos, cuenteros de palabras, musicales, danzarines, cada cual, según sus recursos y requisitos, construye el discurso escénico de la palabra; pero el oficio es efímero, variable, depende de muchos factores para que ocurra. Por tanto, tengas lo que tengas, hagas lo que hagas, juegues con lo que juegues, siempre podrás perder.
El fracaso esta ahí, viaja contigo en la maleta, algunas veces se queda en el hotel mientras haces la función, otras te acompaña como espectador y en terribles ocasiones como protagonista. Todos los artistas vivimos esta sensación, este acecho, y en tanto eso, construimos al borde del abismo, como el equilibrista en la cuerda floja, que tiene que cruzar porque el mundo se derrumba tras sus pasos como quien borra un cómic, y a veces con llegar del principio al fin, hizo suficiente.
Acumulo mis fracasos como la joya más preciada, sobre ellos mantengo estrecha vigilancia, observación, orgullo, cada fracaso me demuestra lo grande que ha sido el milagro cuando ocurrió, me enriquece el alma y me alimenta la humildad. Me hace libre, porque siempre está todo por ganar, porque finalmente ¿a quién le importa más que a ti, si volaste, caíste o sobreviviste? Si siempre estarás allí, buscando aquella historia incontable, aquella imagen imposible, aquella palabra inexistente.
El éxito de fracasar, entonces, es una práctica sobre el valor, sobre la osadía, sobre la humildad, te sitúa en el lugar de los iguales, de los responsables, de los caminantes. Eso es lo que me ha dado el oficio: terquedad y flexibilidad, exploración y hallazgos, caídas y abismos. Y nada ha sumado poco, cada salida a escena ha sido la experiencia, el aprendizaje, a ratos un sorbo de verdad, y a ratos de desengaño. En tanto eso, los oficios que prefiero son los que me hacen reír de los fracasos y de los éxitos con la misma alegría.
Bogotá, abril 2009
Narraciónón
as
El éxito
de fracasar
de fracasar
S