Blablerías N°13 - Enero 2015 | Page 19

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luento Atardeceres que quiere contar Virginia Imaz). Pero es lo mismo que me sucede con textos de otros autores que a veces he considerado que podría contar, pero después de trabajar sobre ellos he sentido que iba a ser incapaz de contener ese cuento en mi versión oral.

Llegar a este punto en el que soy capaz de resignarme a no contar algunos de mis propios cuentos (aun cuando me resultan especialmente gratos) ha sido muy costoso. He tardado años en darme cuenta de que no tenía por qué obligarme a hacerlo.

3. En cuanto a los cuentos que creo oralmente. Suelen nacer directamente en el territorio de la oralidad y van tomando forma y puliéndose cada vez que los voy contando. Son ideales para las sesiones, y terribles a la hora de pasarlos al lenguaje literario. Suelen surgir en momentos de gran excitación y, generalmente, en plena actuación; pertenecen al ámbito de la improvisación y el recuerdo. A muchos de ellos los cuento una o dos veces y se los lleva el viento. Pero otros muchos me acompañan durante años. O se separan de mí y vuelven al cabo de años desde otras voces (por ejemplo Superlapicero Oscuro y Carolina Gomadeborrar que siete años después de dejar de contarlo volvió a mí en un curso de narración oral donde Mario, uno de los asistentes, lo contó como ejemplo. Sentí como si el cuento, siete años después, viniera a hacerme una visita para decirme que seguía rodando de boca a oreja).

Cuando finalmente he oralizado un cuento propio, lo he probado y funciona, me suelo sentir muy seguro con él. Es un proceso de doble apropiación (literaria y oral). Me siento con total libertad para permitir el cambio y la evolución del cuento. Me siento instrumento pleno de ese cuento que me ha utilizado a mí para ser y para existir, para las dos cosas, y me dejo llevar continuamente por él.

Algunos de mis propios cuentos me han acompañado durante años, los habré contado cientos de veces, siguen rodando y siendo palabra viva.

4. Pero hay algo más. El público.

Un cuento oral sólo es cuando es contado. El hecho de contar tus propios cuentos a un público te da una gratificación enorme. Puedes ver cómo crece, cómo evoluciona, cómo sirve (sigue dando respuestas), cómo vive en los otros. Contar y compartir ese tipo de cuentos es un hecho tan íntimo que, a veces, pensar sobre ello, me da vértigo. Es doblemente desnudarse.

Y, por el contrario, también es muy costoso cuando ves que un cuento tuyo no funciona contado. Es doloroso tener que desterrarlo sólo al territorio de la escritura (donde puede funcionar estupendamente). Aquí es donde veo más riesgo.

Muchos de los narradores que contamos cuentos propios corremos peligro justo aquí: a veces no somos capaces de valorar objetivamente si esos textos son válidos o no, si funcionan o no, si interesan o no al otro 50% del hecho narrativo: el público. Empecinarse en contar un cuento propio a pesar de sus fracasos puede generar mucha frustración y, por qué no, problemas a la hora de seguir explorando la propia voz oral.

por Pep Bruno

http://www.pepbruno.com

Narración

para leer

Microponencia preparada para el II Encuentro Estatal de Cuentistas, Mondoñedo oct05. Más información en www.cuentistas.info