Blablerías N°13 - Enero 2015 | Page 17

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Relato

para leer

En la cocina, entre ollas y sartenes, mi mamá y mi abuela iban deshilvanado las historias familiares, los secretos más guardados, los chismeríos más picantes. Y ahí estaba yo, sin perder detalle alguno.

Allí estaba la magia del fuego, el aroma de las especias y el abrazo del amor.

Allí todo se cocinaba, hasta las vacaciones, que eran pura aventura: tren en Constitución hasta Juancho y cambio de tren hasta General Madariaga. Y allí nos esperaba don Pedro, auténtico gaucho: bombachas negras, bigote grueso, sombrero de ala ancha, y su carro verde techado, con dos ventanillas por costado y dos asientos largos. Íbamos por la orilla del mar, tirados por cuatro caballos que, briosos, nos llevaban hasta el Hotel Ostende, presencia solitaria entre médanos y tamarindos.

Cierto día, mientras yo pasaba la ruedita marcando los ravioles, recordé la vez en que don Pedro me dejó viajar en el pescante, a su lado, sentadita sobre el cuero de oveja, emocionada, con el viento en la cara, sintiéndome reina en esa inmensidad de mar y arena.

Mientras tanto, la abuela, ocupada con el estofado para los ravioles, de una ojeada nomás vio a Ostende en mis ojos. Entonces contó que, cuando estábamos allí de vacaciones, la gran salida era ir a tomar el té a Villa Gesell; que mi papá me enseñaba a nadar en mar abierto; que mi hermano pescaba rayas, que luego salaban para llevar a Buenos Aires; que comíamos almejas lavaditas en el mar; y que al mediodía desde la playa se escuchaba el tañer del aro de metal, que don Joanín, dueño del hotel, hacía sonar avisando la hora de almorzar.

Pasaron los años. Vino Camilo, después Micaela. Y la cocina, otra vez, nos reunió. Los aromas, los sabores y los amores se mezclaron con nuevas historias.

Camilo, sentado en la mesada, contaba a su hermana todo lo que había vivido ese día en el jardín de infantes: para ella, aventuras inéditas. Eso llevó a que en los días posteriores Micaela me siguiera por toda la casa, repitiendo "nene yo", "nene yo", porque quería seguir los pasos de su hermano. Y ella, de dos años, empezó a ir al jardín.

justo para los platos salados.

Y ahora en la cocina, mis nietos: Maitena y Santiago.

Otra vez brota la magia cuando Santiago, sentado en la mesada junto a su hermana, mira las pequeñas luces bajo el mueble, y dice: "Parece que estamos conversando bajo las estrellas". En ese instante, siento que nuevas historias marcan el comienzo de otra etapa en este sagrado lugar.

Así, entre ollas y sartenes, envuelta en aromas, sintiendo los sabores y disfrutando mis amores, ha transcurrido mi vida. Así cuento esta historia, con todos los aderezos y un toque de picor.

AM RES

Y SAB RES

Ana y sus hijos

Fueron creciendo y cada uno encontró su veta en la cocina: Micaela logró maravillas con los sabores dulces, y Camilo, la combinación adecuada y el toque justo para los platos salados.

por Ana Pees Labory