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CENIZA
Dije que iba a matarme.
Lo dije para que ella, de una vez por todas,
levantara los párpados
inventara una sílaba
hiciera que las cosas que componen el mundo
tuvieran nuevamente un fervor
o un capricho.
Abrí lentamente la ventana
puse un pie en la cornisa
y como nunca el aire se hizo frágil.
Ella, acostada y fumando un cigarrillo,
dejaba caer la ceniza
dentro de una taza de café.
Dije a gritos
en el borde en el filo
en la boca sin labios del abismo
que iba a matarme.
Ella
ponía más cuidado en no ensuciar la alfombra
que en impedir la posibilidad
de ver mi sangre corriendo en la vereda.
Mi pie renunció al heroísmo.
Perdí la gloria el vuelo
la ocasión del delirio.
Entré en la habitación enfermo de silencio
mi cuerpo parecía los restos de una ciénaga.
Ella se levantó desnuda
pasó a mi lado
se miró en el espejo.
Me dio sólo el perfume que todavía
quedaba escondido en su pelo.
Se vistió sin decir una sola palabra
y al salir no hizo ningún ruido.
Quedé solo
más muerto
que si hubiese saltado hacia el vacío
más ceniza
que la ceniza en el fondo del pocillo.
por Eduardo Chaves
Poesía
Cenizas
Tamara Castro