Llevaba conmigo mi carnet de estudiante (sabía que alguna vez sería útil), así
que busqué un rincón oscuro y descansé allí hasta la hora de cierre.
La siguiente noche fue igual de agotadora. No llovía, pero los mosquitos no
dejaban de picarme y zumbar en mis oídos.
Y así se sucedieron dos terribles noches más. Era insoportable, estaba
agotado.
Una mañana al llegar al trabajo, simplemente me desplome, caí arrodillado al
piso y comencé a llorar como un niño.
Mis compañeros se acercaron para preguntarme qué sucedía.
Les conté todo…
No podían entender como estaba soportando eso.