En su desesperación, decidió sentarse
a meditar sobre lo que estaba fallando y
cómo solucionar el desafío que había
aceptado: no era cuestión de adaptar un
deporte, era cuestión de inventar un
deporte nuevo mezclando aspectos de
deportes conocidos.
Primero: todos usan algún tipo de balón.
Bien, cojamos un balón, pero grande,
para que se pueda manejar bien, que
sea fácil de aprender y no requiera
ningún material especial que complique
y encarezca el juego.
Segundo: los jugadores pueden correr
por el campo con el balón y eso lleva a
la violencia de los placajes (poco
recomendados en el pavimento de un
pabellón cubierto) o de las entradas con
contacto duro para robarlo. Pues que no se
pueda correr con el balón en las manos y
que no se pueda agredir al que lo lleva
para robárselo, que haya que robarlo
cuando lo suelte para avanzar o anotar.
Tercero (y brillante): siempre hay un gol
vertical al que hay que acceder para anotar
tantos, lo que invita a intentarlo por la
fuerza bruta, lanzando, empujando,
arrasando. Pongamos un gol horizontal (al
estilo de un jugo infantil que Naimsmith
conoció de niño, llamado “El pato en la
roca”), así tendrá que primar la habilidad y
la puntería sobre la fuerza.
Cuarto: el gol está siempre a ras de suelo,
lo que invita a los defensores a cerrarse
sobre él, amurallándolo y evitan así la
anotación del contrario.
Bien, pongamos el gol elevado del suelo a
una altura inalcanzable para que esté
siempre accesible a los atacantes. Y
quinto: para empezar hagamos un salto
neutral tirando un balón al aire para que
uno de cada equipo intente palmearlo a
los suyos (lo que son las cosas, lo
primero que ocurrió en la historia del
baloncesto fue el paradigmático salto
entre dos y ahora lo queremos eliminar).
Y así, en menos de una hora, sentado
en su mesa, solo, meditando, creó por
encargo y a medida el baloncesto
James Naimsmith.
Fue a pedir un par de cajas al
encargado de material, pero le dijo que
no tenía, que le podía dar un par de
viejas cestas de recoger fruta que había
allí arrimadas. Y así fue. El propio
Naimsmith las clavó a la barandilla del
corredor que rodeaba el campo
cubierto, a unos 3 metros del suelo.
Pidió que le mecanografiaran en dos folios
las primeras (13) reglas, las puso en el
tablón de anuncios del pabellón y esperó a
que llegaran a clase sus 18 “incorregibles”.
El primero en llegar fue Frank Mahan, que
viendo el panorama, se temió lo peor, pero
Naimsmith le aseguró que sería la última
prueba y que si no salía bien se rendía.
Cuando llegaron todos, les explicó las
reglas, se dividieron en dos equipos de 9 y
empezaron el primer partido/entrenamiento
de la historia, con el primer salto entre dos,
el 21 de diciembre de 1891. Hasta hoy.