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historiado y, en todo caso, que ese capitel sería una ilustración en piedra del sermón. O quizás sea desde la Revolución
industrial. Es muy posible: una sociedad abierta, sin tabúes ni fetiches, transparente, en la que el comercio de cualquier
cosa, incluidas las ideas, resultaba más provechoso que su simple propiedad. Comunicar es una de las formas más altas de
comercio. Pero también, a esa transparencia burguesa se opone una opacidad de otro tipo: mitología, alquimia, simbolismo,
formas e imágenes oscuras, impenetrables, que deberían permanecer eternamente inaccesibles. Ideas y formas nacidas para
quedarse en su sitio, no para ser llevadas al flujo de la comunicación. Un arte hecho para permanecer como enigma, como
secreto permanente. Pero cuidado, no estamos hablando de freaks del ocultismo. Tristan Tzara, en su Primer Manifiesto DADA
de 1918, escribió una idea clave en esta orientación hacia lo incomprensible: “Necesitamos obras fuertes, rectas, precisas y
eternamente incomprensibles 13 ”.
Perdone el lector este desvío histórico, como al comienzo de este texto, pero creo que es necesario para explicar
por qué RGG ha instalado al fondo de su exposición una especie de cámara oscura —ampliación arquitectónica de la Cápsula-
atalaya de Goya— en la que el sentido parece no influir, en la que ¡peor aún! el artista quiere quedarse para sí mismo más
de lo que nos entrega. Pareciera un egoísta que muestra pero no comparte. RGG ha optado por la máquina simbólica, ésa
que al no moverse activa precisamente la imaginación. Una mesa, un espejo, una manzana, una máquina. Los maquinistas:
Harry Houdini y Athanasius Kircher (Ver Fig. 14), entre otros muchos menos célebres. La energía que la alimenta sería, en
palabras de Jean Starobinski, “las religiones desaparecidas (…), las ciencias fósiles —como la astrología, la alquimia o la magia
adivinatoria— y las sociologías oníricas” 14 .
La pieza tiene un título prolijo; la llamaré simplemente “la mesa”. La mesa es una puesta en imagen de la idea de
incomunicabilidad, un espejo que remite a un texto invertido, un refugio conceptual que se ilumina de lado, en penumbra,
en una habitación oscura. Un misterio y, simultáneamente, una declaración sincera sobre la posibilidad de que el arte viva sin
comunicarse con su público o, en todo caso, dejando patente su dificultad.
La idea de construir un Sephiroth como mesa de trabajo es brillante, ya que la cábala siempre se ha hecho en papel,
material portátil, secreto. Sephiroth es una especie de máquina para comprender el mundo junto a lo que no es mundo. RGG
es un nostálgico del futuro y busca influir en nuestro pensamiento a través de la ventana del arte. La mesa es una máquina
que produce incomprensión y de esa especie de energía negativa se alimenta para seguir girando. Buscando la palabra de diez
letras que pone en funcionamiento la combinatoria del Sephiroth, RGG encontró background y de allí surgió ese campo fértil
de 252 combinaciones, desde “Brogan Duck” (Bota de trabajo para patos), hasta “Ran Bug Dock” (Fracasado insecto muelle).
Un lenguaje que comunica su dificultad para hacerse entender.
Fig. 16.
Reto Pulfer, Reproduire des Hiéroglyphes à volonté (Antonin
Artaud) , 2006.
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13
Tristan Tzara, “Primer Manifiesto DADA”, publicado en la revista DADA, Zúrich, 1918.
Jean Starobinski, “Freud, Breton, Myers”, en L’Oeil vivant II: La relation critique, París, 1970, citado por Ángel González García en
“Evidentemente”, en Pintar sin tener ni idea, citado, pág. 57.
14