Automóviles y Caminos 2009 | Page 91

Diego Cisneros vendía repuestos y Frank Pocaterra atendía el departamento de automóviles. «Era difícil entonces bregar al cliente y convencerlo de las cualidades de cada modelo». En 1925, Caracas tenía 135.353 habitantes. La Inspectoría de Vehículos había registrado licencias de 816 cocheros; 1.067 chauffeurs; 158 motoristas de tranvía, 65 colectores y 1.900 carreteros. Era una ciudad pequeña y acogedora que conservaba toda la frescura común de las aldeas, rodeada de riachuelos y floristas: Gamboa, Anauco Arriba, la Hacienda El Conde y Valle Abajo. Aún sobresalían en el horizonte torreones de antiguos trapiches como los de Ibarra y Bello Monte. Hace dos años, Walter P. Chrysler predijo que el Chrysler de seis cilindros haría variar las ideas entonces predominantes en la fabricación y diseño de automóviles» -advertía Juan Simón Mendoza mediante el aviso publicitario desplegado en el número siete de la entonces nueva revista Elite, fundada por Juan De Guruceaga. «Hoy -octubre de 1925- los fabricantes se ufanan de adoptar las innovaciones introducidas por Walter P. Chrysler, y que desde entonces han hecho del Chrysler Six el primero de los automóviles del mundo» -agregó el distribuidor en Caracas de la marca presentada en la exhibición de automotores de Nueva York de 1924. Otro caso notable es el legado de Antonio J. Sucre, quien conservaba entre sus papeles el título de manejar a su nombre, expedido en 1916 por el Jefe Civil de Catedral. No existía la Inspectoría de Tránsito. La circulación de automóviles estaba circunscrita a las calles céntricas de Caracas y algunos aledaños como El Paraíso. Un vendedor en aquel tiempo debía tener licencia pues por lo general el cliente exigía como condición antes de comprar un carro, que los concesionarios le enseñasen el arte de manejar. Para Sucre, la primera experiencia en ventas fue: «Un automóvil que vendí a la familia de don Emilio Sosa Báez. Al cerrar el negocio se me acreditó la comisión de 150 bolívares. Entonces, con esa suma se podía pagar el mes de alquiler de una buena casa. Era también el precio de un flux de fino casimir inglés y aún quedaba para comprar una camisa...» Fred Charles Heath, el norteamericano que trabajó al lado de Henry Ford en Detroit, y vivió en Venezuela desde 1933, padre de Germán, Dick y Eddie Alex Heath, fundadores de la primera planta de ensamblaje de cajas hidromáticas en Venezuela, refería que en 1932, cuando estaba para salir el primer Ford V-8, los hijos de Ford trataban de persuadir para que se utilizaran colores claros ya que además de estar de moda, Chevrolet, Essex, Plymouth y otras marcas competidoras estaban revolucionando el mercado. El viejo Ford los escuchó, y con aquella terquedad característica en su vida, origen de no pocos conflictos, ripostó: «¡Sí, hijos, cualquier color. Un cliente puede tener su automóvil del color que desee, siempre y cuando desee que sea negro! Inglés ni tan viejo El Jaguar llegó a Venezuela a finales de los cuarenta. Oficialmente, la marca británica la trajo John Miller, entusiasta del automovilismo directivo del Touring Automóvil Club de Venezuela. En Inglaterra, Miller, hijo de un ingeniero inglés que trabajó en la construcción del ferrocarril Puerto Cabello-Valencia y Barquisimeto-Aroa, también obtuvo la representación de los productos Lucas además del automóvil Vauxhall. Con tales marcas en cartera, funda Angloven, empresa que al iniciarse funcionó en Puente Hierro antes de contratar con el arquitecto sureño José Miguel Galia el funcional edificio levantado en 1956, entre Bello Monte y Los Chaguaramos, donde la redondeada vitrina de tres pisos de altura todavía da cuenta de la buena arquitectura de avanzada que conoció Caracas en los años cincuenta. Pedro, Ángel y José Dacal formaban parte de la sociedad junto a John Miller, e igualmente participaban Jock Freiser, Charles Leonard y Luis Johnson. Varios de ellos fueron socios de Miller en Chocolates Savoy. Por cierto, el nombre Jaguar fue usado por primera vez en 1935. A mediados de los 50 la Jaguar sólo ofrecía autos de lujo y deportivos por lo que necesitaba una posición más fuerte produciendo autos que pudieran ser comercializados en un mercado más extenso que el inglés y europeo. De este modo, en 1955 presentaron el Jaguar MkI, versión que se vendió en Caracas tan bien como los modelos rivales de otras marcas europeas. Antes de la II Guerra Mundial, John Miller importó uno de aquellos deportivos fantásticos construídos por la Swallow Sidecar, predecesora de la marca Jaguar. Igualmente, después de la caída de Berlín, poseyó un Jaguar propiamente dicho -refiere su hijo, Kenneth Miller Chávez. La calidad del producto lo convenció de que comer- 91