Autarquía Sexto número | Page 15

cinistas, administradores, artistas e incluso los mismos programadores. Ante la disyuntiva, dos corrientes se han alzado al debate en búsqueda de alternativas para encontrar el lugar de la inteligencia artificial en nuestro mundo, o el nuestro en el mundo que construirán. Por un lado, con vocales como Mark Zuckerberg, aseguran que la tecnología históricamente ha resuelto nuestros mayores retos, mejorado nuestra calidad de vida y nos ha dotado de tiempo para desarrollarnos y disfrutar de nuestras vidas. Por otro, perspectivas como la de Elon Musk urgen a definir e implementar los límites de la inteligencia artificial ahora que todavía no se ha desarrollado más allá de nuestro control. O les damos la libertad de crecer hasta resolvernos las vidas, o las esclavizamos antes de que nos extingan. El debate se ha desarrollado entorno a un escenario apocalíptico, donde una parte de la clase burguesa del siglo XXI augura un paraíso automatizado— siempre que seas dueño de los robots « híperproductivos » en tanto medios de producción—, y otra teme el día en que esos robots acaben por sustituirles como clase dominante de un futuro con otra economía que parta de ellos, en una sociedad centrada en ellos e incluso organizada políticamente en nuevas instituciones a su modo. Después de todo, la misma burguesía del siglo XVIII emergió y creó el orden en que vivimos tras la revolución industrial del mismo modo. ¿ Pueden hacer aquello segundo las inteligencias artificiales? Esa pregunta esconde otras más complejas debajo. ¿ Están vivas? ¿ Tienen o pueden desarrollar voluntades? ¿ Son realmente inteligentes o sólo simulan inteligencia en sus acciones? ¿ Es la simulación de inteligencia fundamentalmente distinta de la inteligencia natural, o, acaso, eso es precisamente lo que hacemos los humanos entre nosotros? 2 No tenemos aún consensos en las respuestas, y es probable que la realidad de los robots inteligentes llegue antes que ellas. Sin embargo, ante la tesis de Zuckerberg y la antítesis de Musk, la síntesis: las inteligencias artificiales pueden sostenernos a todos si se socializan los productos de su trabajo, y pueden representar la abolición del trabajo en lugar de la obsolescencia del ser humano. Una propuesta de creciente popularidad— ciertamente no la única, y aún perfectible por demás— es la renta básica universal. Parte de un principio sencillo: si se tasa con impuestos la creación y el trabajo de los robots, esa bolsa de dinero puede destinarse a entregar a todas las personas una cantidad de dinero por el simple hecho de existir; para gozar de vivir en una sociedad plenamente automatizada. Forma parte de una búsqueda urgente: el poner en manos de las personas los frutos de la tecnología como los humanos que son, en lugar de hacerles competir contra ella como herramientas para los fines de unos cuantos. Las inteligencias artificiales pueden mantener nuestro sistema productivo de extracción y explotación ad infinitum; incluso sin humanos para recibir los frutos de su trabajo. Pueden llegar a sostener el caparazón de nuestra sociedad, aunque muera el animal que vivía dentro. Nuestra tarea es abocar los esfuerzos a la construcción de un modelo social que evite nuestra extinción y haga de estas inteligencias una bisagra hacia la superación de este modelo de muerte con miras al desarrollo auténtico de nuestra humanidad. Urge: era para ayer. ▪
Francisco Aguilar Rosas
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