los más radicales, de la capacidad que tiene
la voluntad humana para ejercer el mal.
Y, en este punto, nos encontramos con lo
que Friedrich Schelling, contemporáneo
de Hegel, denominó como la «esencia de
la libertad humana». Al respecto, Schelling
señala que: “la libertad es facultad del bien
y del mal”. (Schelling 1, p. 94). En esta de-
finición, subyace un trasfondo kantiano: se
puede hablar de una «metafísica del mal»,
puesto que, el hombre en cuanto ser libre
trasciende el ámbito de los fenómenos natu-
rales. En consecuencia, no es posible evadir
la responsabilidad ante el mal, pretendiendo
reducir el comportamiento maligno a un ac-
tuar conforme a las pasiones, emociones o
instintos; en todo caso, esta alusión explica
la conducta maligna en el nivel de la causa
material, pero no al nivel de la causa for-
mal. Lo anterior implica que no nacemos
moralmente buenos o malos; nos volvemos
moralmente buenos o malos en virtud de las
decisiones que tomamos. Así mismo, si se
considera a Auschwitz, entonces, la «razón
instrumental» es causa eficiente y el genoci-
dio la causa final.
Entonces nos enfrentamos con el siguiente
problema: ¿por qué se da tal propensión de
la voluntad humana hacia el mal? Cuando
la razón renuncia a priori al derecho de
renegar de Auschwitz, nos reduce a una
condición completamente irracional en la
que debe negarse toda referencia al sentido
común del humanitarismo. En contraposi-
ción a la instrumentalización de la razón,
la filosofía se erige como respuesta de los
hombres ante lo inhumano, lo irracional y
la la Barbarie.
Pues: ¿cómo encontrar una justificación para un sufrimiento in-
tolerable? En Hegel, las heridas del espíritu son momentos ne-
cesarios en el proceso del Todo. Dado el carácter teleológico del
sistema de Hegel, la reconciliación del espíritu consigo mismo
y, por ende, el no dejar cicatrices, es un producto de su modo de
entender la historia, así como las relaciones entre lo finito y lo
infinito. La realización del mal es necesaria para la realización
concreta de un espíritu infinito.
“En contraposición a la
instrumentalización de
la razón, la filosofía
se erige como respuesta
de los hombres ante lo
inhumano, lo irracional y
la barbarie.”
Sin embargo, el sistema de Hegel no estaba en condiciones de
prever que en el siglo XX se daría un fenómeno como Aus-
chwitz. Éste representa el fin de la teodicea, es decir, el intento
de conciliar la efectividad del mal con la existencia de un Dios
omnipotente y bondadoso. O no existe el mal o existe un Dios
que es bueno y omnipotente. Si existe el mal, entonces, o Dios
no existe, o, no es el caso que Dios sea bueno y omnipotente.
Sin embargo, el mal es, esto es: existe efectivamente. Por lo
tanto, si Dios existe y es bueno, entonces, no es omnipotente.
En otras palabras, lo anterior significa que, después de Aus-
chwitz, pensar el «mal radical» se presenta como uno de los
problemas que presenta mayores retos a las capacidades de
entendimiento del hombre. ¿No será que con el problema del
mal la filosofía dialéctica llega a un límite que excede a su al-
cance teorético? Esta es la objeción que Auschwitz nos obliga
a pensar en contra de Hegel. Es decir, no es posible represen-
tarse a Auschwitz como un momento necesario en el devenir
dialéctico del Espíritu. ¿No representa Auschwitz una ruptura
tan violenta y tan profunda, dentro de la historia, que dada su
radicalidad, se resiste a ser superada? Hay un hiato (división)
entre la realidad del mal como se lo vive y el concepto del mal
como se lo piensa, una desproporción entre el mal que se sufre
o se hace y el mal que ilustra la estructura de la necesidad ra-
cional. Algunas heridas dejan cicatrices permanentes, es decir,
algunos males no pueden ser superados. El mal es un exceso
que se resiste a la comprensión total. ▪
Mtro. José Alejandro Fuerte
Autarquía
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