Autarquía Cuarto número | Page 11

Kubrick, por ejemplo, tiene una obsesión por los puntos de fuga, sobre todo en composiciones que tienden a la llama- da “one point persepective”; Von Trier, por otra parte, tiene la suya en la tragedia griega y en la lenta destrucción de lo puro, de lo inmaculado, lo femenino. Para Kieslowski, siendo un reconocido amante del existencialismo, pareciera que su obsesión, el leitmotiv de su carrera entera, fuera una (aparente) paráfrasis de la más famosa frase de Ortega y Gasset: “¿Crees que todo sucede por casualidad? No. Eso depende de la suma de muchos factores diferentes que suceden al mismo tiempo. Depende de nuestra voluntad y de nuestro destino que nos controla. Pero podemos cambiar un poco el destino, el azar no es lo fundamental. [La vida] tiene más que ver con el camino que elegimos que con quienes somos”. “La casualidad” (1987) es una obra maestra de Krzysztof particularmente curiosa, pues ahí queda plasmada su obsesión en su máximo sentido. El esqueleto de la trama es muy simple: Se compone de tres historias, todas comienzan con Witek corriendo para alcanzar el tren. En la primera lo alcanza y se vuelve un oficial comunista. En la segunda no lo alcanza, se pelea con un policía y se vuelve un rebelde anti-comunista. En la tercera tampoco lo alcanza, pero no se pelea con el policía y termina volviéndose un médico sumamente exitoso. Tres variaciones existenciales sumamente radicales a partir de un hecho aparentemente banal. En su obra crítica Kant expone una serie de antinomias a las que a la razón no le es per- mitido rebasar. Una de ellas nos es aquí particularmente relevante: Tesis: Hay en el mundo causas por libertad. Antítesis: No hay libertad, sino que todo es naturaleza. La primera sería la imposición en el mundo de la contingencia, mientras que la segunda sería la imposición de la necesidad. La “muerte de Dios” inicia aquí, pues, como nos dice Kant, no hay ningún motivo puramente racional para decantarse por alguna. Si bien esto es cierto sabemos, también por Kant, que se puede actuar “como si” alguna de ellas fuera verdadera, asumiendo las consecuencias que resultan. Si uno asumiera la contingencia, la ciencia, la predicción de cualquier suceso, no sería posible. Si uno asumiera la necesidad, como lo hace la ciencia, no habría libertad humana alguna; ni siquiera habría un “individuo” en sentido sustancial: no sería entonces posible el “libre albedrío”. En este segundo sentido, por más que no se pueda establecer nunca una necesidad al punto que borre por completo la libertad humana, la ciencia ha “avanzado” de manera tremenda. Y divulga- dores del pensamiento crítico, como Derren Brown o Sam Harris, nos lo pueden hacer ver en distintos videos disponibles en youtube. Ello a los filósofos y a los teólogos les suele preocupar en demasía, pues la máxima “sin libertad no hay ética alguna posible” se repite hasta el hartazgo. Y es que presuponen que para que haya una posibilidad de reflexión sobre el comportamiento humano se debe asumir un cierto grado de libertad en el mismo. Eso no es del todo cierto. Sin libertad lo que no es posible es la moral, no la ética. El individuo, el libre albedrío, es la base del deber, no de la existencia. La ética entendida como una reflexión sobre la posibilidad de conocernos profun- damente a nosotros mismos para así lograr una mejor convivencia, una vida buena, continúa. La obra de Kieslowski por ende es particularmente reveladora: ella nos enseña, no a abandonarnos trágicamente a nuestro destino, sino a hacer nuestras las circunstancias que lo componen para elegir, dentro de lo posible, nuestro propio camino. A hacer consciente la importancia de las casualidades y causalidades en nuestra conformación, pues sólo entendiendo cabalmente nuestra realidad podremos trazar una identidad que vaya en sintonía con el mundo en el que, efectivamente, vivimos. “Si decidimos contar historias, bien si las escribimos o las filmamos, debemos saber quiénes somos y de dónde ve- nimos, en un sentido general e inmediato, para así ser capaces de contar historias y entender las vidas de la gente”. ▪ Julián Bastidas Treviño Autarquía 11