“ He sido un viajante, versan mil rostros y siete verdades a medias sobre mi corazón que las constituciones encierran en fronteras;”
Foto por: José Antonio Lama razones. La única que no me atrevo a utilizar es“ por suerte”. Sería concederle valor metafísico, incluso teológico a la nada y, por ende, creer aquella metáfora de lo abstracto que el derecho suele llamar individuo. Más bien considero que vivo de este modo por un acto de la voluntad que las buenas antropologías denominan amor. Recuerdo que a uno de mis tíos, algún buen hombre le devolvió las ganas de vivir luego de dispararle cuatro veces en sus brazos. No sólo eso, también le tornó el deseo de no robar, de trabajar … después de seis meses hospitalizado se despertó con dos hermosas hijas futuras y una esposa por conocer. A su hijo, mi primo, que por cariño llamábamos Alfredito, le sucedió algo similar: un policía le quitó definitivamente las ganas de morir mientras intentaba escapar de una amenaza que le había rondado con sabor metálico. Escalando por una pared, esa amenaza se le clavó en la espalda peor que los malos recuerdos y ya no lo dejó pensar ni en hijos futuros, ni en casa propia, ni siquiera en terminar la corrida que le hubiera deparado algunos días más de vida. Pero a mí me salvó el amor: justo cuando un fusil apuntaba mi frente, los rostros presentes y los lejanos de quienes me han amado dejaron impregnado el beso definitivo que hiciera imposible asistir a mi propio entierro.
Por eso cuando hablo de identidad, necesariamente parto del amor como parto de los versos de Vallejo para explicarme la vida:“ Hay golpes en la vida, tan fuertes … ¡ Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma … ¡ Yo no sé!”
Porque el hombre o la mujer que aman y se saben amados, y asumen los puños furibundos de la existencia, se alejan de aquello que Nietzsche llama el último hombre, pero también del hombre débil que se deja impresionar por el acantilado sobre el que camina y que, a lo sumo, llega a ser león: un títere de su propia rebeldía, del miedo al vacío de la muerte de Dios. Desde este sitio descubro que voy siendo( y subrayo el sentido gerundial del que explica Zubiri) todo aquello que es aportado
“ He sido un viajante, versan mil rostros y siete verdades a medias sobre mi corazón que las constituciones encierran en fronteras;”
a mi persona y aquello que ofrezco a la realidad. La identidad no es algo dado, determinado, sino un carácter abierto que vamos configurando. A mis amigos suelo decirles que me encanta ser extranjero. Es mi modo de manifestarles que les agradezco por lo que dan a mi vida; ellos y sus circunstancias, no su nacionalidad ni su historia patria, sino ellos. A mis enemigos también les repito lo mismo: es la manera de burlarme de su pretensiosa y sádica intensión inscrita en mi pasaporte de decirme que soy natural de un sitio.
Diego Vargas.
Autarquía 19