Auschwitz, el matadero de la historia AUSCHWITZ revista | Page 3
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estupidez, irracionalismo al poner frente a frente al hombre contra el hombre, para
aniquilarse mutuamente.
Pero “recogiendo el guante” que constantemente nos lanzan los judíos a los
historiadores y cronistas de la prensa, tenemos que afirmar que el centro de exterminio
llamado Auschwitz, está ahí, en Cracovia, Polonia. Es quizás el museo al aire libre más
grande del mundo y el más tétrico. He estado ahí innumerables veces y no sé si por ese
morbo tan natural que poseo o porque mi parte de necrofilia así me lo exige; lo cierto es
que el sitio es sobrecogedor. Y en uno de sus patios, de manera poco visible, pues es un
aparato que se nota fue rápidamente construido y por ello peca de insignificante, está el
cadalso donde fue ahorcado uno de los comandantes de Auschwitz, llamado Rudolf
Ferdinad Höss. En mi caso, siempre hice un alto ante tal sitio por varios minutos, pues se
trata de un personaje que nunca más se va a repetir en la historia de la humanidad, debido al
triste papel que le correspondió vivir, ordenando el destino final de más de 2,5 millones de
prisioneros.
Auschwitz tiene un umbral que se puede ver desde lejos y que también impresiona.
Es un dintel enorme, con una gran puerta siempre abierta que atraviesan las vías
ferroviarias que se internan en los grandes y espaciosos patios del campo de concentración.
Ahí, al final, en los andenes, los jefes alemanes y médicos, iban separando mujeres de sus
esposos, de sus niños, de sus padres, abuelos y tíos. Unos para trabajar y los otros para
pasar directamente a las cámaras de gas. Auschwitz existió y sus vestigios, sus edificios
tétricos están ahí, en Polonia, y no nos dejan mentir. Los revisionistas, especialmente
suramericanos, dicen que dicho campo de exterminio fue creado por los soviéticos y es una
versión tan estúpida, como infantil, descabellada e ilógica. Antes de la contraofensiva rusa,
los aviones de reconocimiento de los Estados Unidos, habían fotografiado las instalaciones
y guardado esas fotos en los archivos del Pentágono, en Washington. En el momento
cuando se tomaron las gráficas, el ejército alemán tenía arrinconados a los soviéticos en las
entrañas de su propio país y los rusos no soñaban siquiera llegar a territorio polaco nunca.
No quiero exculpar a los alemanes. ¿Pues, qué sentido tendría para mí hacerlo?
Como tampoco quiero aplaudir a la canciller Merkel, quien se pone de rodillas implorante
ante los judíos actuales y de paso, quiere que los alemanes actuales también lo hagan. Pero
tampoco quiero repetir ese “pobrecitos”, un adjetivo con el cual se pone en alto relieve a los
hebreos, olvidando premeditadamente a las otras víctimas de los nazis y que fueron miles
también. Tampoco quiero subrayar que los judíos han sido “blancas palomas”, más aún si
revisamos con calma los últimos acontecimientos en Palestina, donde han masacrado a
decenas de niños, mujeres y ancianos, con toda la fuerza de su ejército; y, además, han
construido un ghetto, muy parecido al de Varsovia, donde están hacinados miles de miles
de palestinos, delimitados por un muro altísimo e ignominioso. Ante todos estos hechos
macabros, hay que atender a la historia, a la verdadera historia, para que nos enseñe lo que
otros tergiversan y nos muestre que el ser humano, con sus crímenes y mentiras, puede ser
más salvaje que la peor de las fieras y más malvado que el mismísimo Satanás. Y en honor
a la verdad, a esa verdad que hoy invoco aquí, los alemanes, ucranianos, letones y otros
colaboracionistas en “la Solución Final al Problema Judío”, ya han muerto, han ido
muriendo con el paso de los años y los alemanes que hoy están en el mundo… están
exentos de toda culpa, aunque a la canciller Merkel, hija de un Pastor luterano y por ello