instituciones políticas (partidos, sindicatos o parlamentos), sino en las calles de nuestras
ciudades.
RECOMPONER LA ALTERNATIVA PARA NO SUCUMBIR A LA
ALTERNANCIA
Pero si bien es cierto, como señala Meluccci, que el impulso innovador de los
movimientos no se agota en una transformación del sistema político por obra de los
actores institucionales, la posibilidad de que las demandas colectivas se expandan y
encuentren espacio depende del modo en que los actores sociales logren traducir en
garantías democráticas las demandas procedentes de la acción colectiva. Ciertamente, de
poco servirían los esfuerzos de un movimiento social si todo su trabajo quedara limitado al
reducido espacio de la reivindicación o del testimonio personal o colectivo. Los
movimientos sociales deben asumir el reto de la eficacia política. Para ello es preciso
ampliar al máximo los apoyos (procesos de alineamiento de marco) y constituir bloques
sociales emancipatorios.
En este sentido, considero muy útil la propuesta de Juan Carlos Monedero de “poner a
dialogar a las tres almas de la izquierda –revolución, reforma, rebeldía” con el fin de
reinventar nuevas formas de lucha que eviten las debilidades de cada una de esas tres
tradiciones (el totalitarismo de quien sólo piensa en el futuro, el institucionalismo de quien
sólo piensa en el presente, el activismo evanescente de quien simplemente no piensa),
buscando, no la confluencia sino la sincronización de las diversas lógicas de lucha. Por su
parte, el viejo sociólogo y director de la École des Hautes Études en Sciences Sociales,
Robert Castel (fallecido en marzo de esta año), porfiaba por traducir el potencial crítico
que busca la (imposible) subversión radical de la sociedad en un “reformismo decidido”
que él definía como “el compromiso entre un pensamiento crítico con respecto al orden
social y la necesidad de adoptar ciertas constricciones de este orden”.
Evidentemente, los movimientos sociales más críticos deben asumir que la Grand Soir
revolucionaria está aún muy lejos, que n