La ambulancia se llevó a Pablo Neruda hacia Santiago. En la ruta, tuvo
que sortear barreras de la policía y controles militares.
El día 23 de septiembre de 1973, murió en la clínica Santa María.
Mientras agonizaba, su casa de la capital en una falda del cerro San
Cristóbal fue saqueada, los vidrios fueron destrozados, y el agua de las
cañerías abiertas produjo una inundación.
Lo velaron entre los escombros.
La noche de primavera estaba fría, y quienes guardaron el féretro,
bebieron sucesivas tazas de café hasta el amanecer. Hacia las tres de la
mañana, se sumó a la ceremonia una muchacha de negro, que había
burlado el toque de queda arrastrándose por el cerro.
Al día siguiente, hubo un sol discreto.
Desde el San Cristóbal hasta el cementerio, fue creciendo el cortejo,
hasta que, al pasar frente a las floristas del Mapocho, una consigna celebró al poeta muerto y otra al presidente Allende. Las tropas con sus bayonetas caladas bordearon la marcha alertas.
En las inmediaciones de la tumba, los asistentes corearon La
Internacional.
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