ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 68

Antonio Skármeta antes de irrumpir en un trémulo acompañamiento, despegó el orgasmo de Beatriz hacia la noche sideral con una cadencia que inspiró a las parejas de las dunas («uno como ése, mijito», le pidió la turista al telegrafista), que puso escarlatas y fulgurantes las orejas de la viuda, y que le inspiró las siguientes palabras al cura párroco en su desvelo de la torre: «Magnificat, staba, pange lingua, dies irae, benedictus, kirieleisón, angélica». Al final del último trino la noche entera pareció humedecerse y el silencio que siguió tuvo algo turbulento y turbador. La viuda arrojó el inútil micrófono sobre el tablado y con el trasfondo de algunos primerizos y vacilantes aplausos que venían desde dunas y roqueríos a los cuales luego se sumaron los entusiastas del conjunto en la hostería y los bien cateados de turistas y pescadores hasta formar una verdadera catarata que fue amenizada con un patriótico «¡Viva Chile, mierda!» del inefable compañero Rodríguez, fue a la cocina para descubrir titilando entre las sombras los ojos en éxtasis de su hija y yerno. Señalando con su pulgar por sobre el hombro, escupió las palabras hacia la pareja: -La ovación es para los tortolitos. Beatriz se cubrió la cara marineada con lágrimas de felicidad sintiendo que hervían en un súbito rubor. -¡Te dije, oh! Mario se puso los pantalones y los amarró fuerte con la soga. -Bueno, suegra. Olvídese de la vergüenza que esta noche estamos celebrando. -¿Celebrando qué? -rugió la viuda. -El Premio Nobel de don Pablo. ¡No ve que ganamos, señora! -¿Ganamos? Doña Rosa estuvo a punto de cerrar el puño, y propinárselo en esa lengua enredosa, o de inmiscuir un puntapié sobre esos nutridos e irresponsables huevos. Pero en un arresto de inspiración, decidió que era más digno recurrir al refranero. -«Vamos arando, dijo la mosca» -concluyó antes de asestar el portazo. 68