Antonio Skármeta
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una
oscura provincia, de un país separado de los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional,
dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre la confianza en el hombre. No
perdí jamás la esperanza. Por eso, he llegado hasta aquí con mi poesía
y mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los
trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esta
frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la
espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así la poesía no habrá cantado en vano.
Estas palabras desencadenaron un espontáneo aplauso en el público
acomodado alrededor del aparato, y un manantial de lágrimas en Mario
Jiménez, quien sólo después de medio minuto de esa ovación de pie,
tragose lo que tenia en las narices, frotó sus pómulos pluviales, y dándose vuelta desde la primera fila, agradeció sonriente la nutrida aclamación a Neruda llevándose una palma a la sien y agitándola cual candidato a senador. La pantalla se llevó la imagen del poeta, y a cambio
retornó la locutora con una noticia que el telegrafista sólo oyó, cuando la
mujer dijo «repetimos»: «Un comando fascista destruyó con una bomba
las torres de alta tensión de la provincia de Valparaíso. La Central única
de Trabajadores llama a todos sus miembros a lo largo del país a permanecer en estado de alerta» y, veinte segundos antes de ser robado del
mesón por una turista madurona, mas buenona, según contaría al
amanecer de vuelta de las dunas, donde la había acompañado a mirar
las estrellas fugaces. («Espermatozoides fugaces», corrigió la viuda.)
Porque la pura verdad es que la fiesta duró hasta que se acabó. Bailose
tres veces Tiburón a la vista, donde todos corearon «ay, ay, ay, que te
come el tiburón», menos el telegrafista que, después del noticiario, anduvo mustio y simbólico, hasta el momento en que la turista madurona
mordiéndole el lóbulo de la izquierda le dijo:
-Seguro que después de la cumbia viene La vela.
Oyose y gozose nueve veces La vela, hasta que al contingente de veraneantes le resultó tan familiar, que, a pesar de que era un tema celestino y cheek to cheek, lo entonaron con gargantas desaforadas y entre beso
y beso con lengua.
Aceitose un popurrí de temas viejitos contraídos en la niñez de
Domingo Guzmán, que le llevaba entre otros Piel Canela, Ay, cosita rica,
mamá, Me lo dijo Adela, A papá le gusta el mambo, El cha-cha-cha de los
cariñosos, Yo no le creo a Gagarín, Mareianita y Amor desesperado en una
versión de la viuda de González, que reprodujo la intensidad de Yaco
66