Antonio Skármeta
quieran, y en nuestro país habrá libertad, democracia, carne, pollos y
televisión en colores.
Esíe discurso que provocó algunos aplausos de las mujeres, fue coronado por una frase emitida por el compañero Rodríguez, el cual desertó
de su minestrone precozmente empachado al oír la arenga del diputado:
-¡Concha de tu madre!
Sin hacer uso del megáfono, confiado en sus proletarios pulmones,
agregó a su piropo algunas informaciones que las «compañeritas» debían
manejar, si no querían ser embaucadas por estos brujos de cuello y corbata que sabotean la producción, que acaparan los alimentos en sus
bodegas causando un desabastecimiento artificial, que se dejan comprar
por los imperialistas y que complotan para derrocar al gobierno del
pueblo. Cuando los aplausos de las mujeres también coronaron sus palabras, se subió vigorosamente los pantalones y miró desafiante a Labbé,
el cual, adiestrado en el análisis de las condiciones objetivas, limitóse a
sonreír canchero, y a alabar los restos de democracia en Chile, que permitían que se hubiera producido un debate a tan alto nivel.
En los días siguientes, las contradicciones del proceso, como decían los
sociólogos en la televisión, se hicieron sentir en la caleta de manera más
rigurosa que retórica. Los pescadores, mejor equipados gracias a créditos del gobierno socialista y acaso alentados por una popular canción de
los Quilapayún de exquisita rima, « no me digas que merluza no,
Maripusa, que yo sí como merluza», con que los economistas y publicistas del régimen alentaban el consumo de peces autóctonos que aliviaran
el excipiente de divisas para la adquisición de carne, habían aumentado
la producción, y el camión frigorífico que recogía la pesca partía a diario
hacia la capital con su cupo lleno.
Cuando hacia el mediodía de un jueves de octubre, el vital vehículo no
se hizo presente y los pescados comenzaron a languidecer bajo el fuerte
sol primaveral, los pescadores se dieron cuenta de que la pobre pero idílica caleta no permanecía ajena a esas tribulaciones del resto del país, que
los alcanzaban hasta entonces sólo por la radio o la televisión de doña
Rosa. En la noche de ese jueves, hizo su aparición en la pantalla el
diputado Labbé en su calidad de miembro de la unión de transportistas,
para anunciar que éstos habían comenzado una huelga indefinida con
dos propósitos: que el presidente les diera tarifas especiales para
adquirir sus repuestos, y ya que estábam