Prólogo
ración, de una decantación de años. En ello quizá resida la clave del éxito
de su libro, que además de una novela ya nació, desde el principio por sus
ricos y amenos diálogos-, como un guión cinematográfico. He insistido en
la versión cinematográfica de este libro porque -como en la versión del libro
de Mann, o en la del de Pasternak-, el escritor le debe a ella (afortunadamente) mucho del éxito de su obra. Los temas que debía tratar eran delicados; se precisaba un sugestivo temple para objetivar la historia y alzar
sobre ella la fuerza del amor en un ejemplo inolvidable: el de la relación
entre Mario Jiménez y Beatriz González.
La humildad de estos dos personajes -como la de esos pescadores y trabajadores que, al fondo, como en un friso, destacan-, es también paradigmática. Ellos tejen la intrahistoria y, al hacerlo precisamente por su autenticidad-, determinan lo mejor de la historia, y coinciden con sus vivencias con el mensaje del poeta. Al final -como tan bien se ve en este libro-,
el friso sólo lo forman seres humanos, los cuales conmueven, sin más, al
lector por su autenticidad y por su verdad.