Primera comunión
NOS LLEVABAN A LOS SÓTANOS para enseñarnos la liturgia. Los diez mandamientos de la Ley de Dios, los cinco de la Iglesia y algunos pasajes del Viejo deberíamos aprender antes de nuestra primera comunión.— ¿ Quién te creó?— Me creó un ser divino y todopoderoso— respondíamos y el a Nuevo coro sin Testamento entender lo que significaba divino ni todopoderoso. A la hermana Estrellita le gustaba oírnos balar como rebaño de ovejas amaestradas. Aún le complacía más contarnos historias y sentir nuestras miradas ansiosas converger en ella. Medía un metro cincuenta centímetros. Tenía boca encendida como una doncella, en contraste con su lívido perfil de paloma, donde la nariz corva, la pupila redonda, velada por el párpado, y las arrugas que le llegaban a las sienes, le daban una expresión cruel a sus clarísimos ojos azules. Conservaba siempre la cabeza cubierta por un velo negro y tupido anudado con unas cintas de popotillo bajo la barba; los vestidos oscuros algo lamparientos y los zapatos de medio tacón tan ajados como su rostro. Ninguna de nosotras conocíamos cuál era su categoría en el colegio. No se trataba de una monja y tampoco de una criada. Aparentemente guardaba la disciplina en el camión que nos recogía por las mañanas en nuestras casas y volvía con nosotras al terminar las clases, y durante esa tarea quedaban al descubierto sus coincidencias ostensibles hacia de españoles. Encubría atropellos y ellas alardeaban de su de encomenderos e intentaban re instituir la esclavitud. Casi lo conseguían amordazándonos con su vigor y prepotencia. Las más rebeldes imponíamos la barrera de nuestro orgullo que raciales y sus inclinaciones desmanes mientras las hijas tradición pretendía ignorarlas. Sin mostrarse aludidas, confiaban en que Estrellita disimularía sus arbitrariedades vuelta a la ventanilla en una impertérrita contemplación de automóviles y transeúntes. Llovían gritos y sombrerazos, pero Estrellita estaba demasiado cansada para ocuparse de cosas vanas. Le interesaban más sus tareas doctrinarias. Encontrar por las tardes a las niñas en los sótanos del edificio porfiriano, dividirlas en dos grupos, acomodarlas en un par de bancas conventuales y sentarlas frente a frente con las piernas muy juntas y las manos sobre las rodillas.— El cuarto mandamiento amado a sus padres, jovencitas? con el reza: Honrarás a tu padre y a tu madre. ¿ Han honrado y Contestábamos que sí y la lana de nuestros uniformes marinos se nos pegaba al cuerpo sudor frío que nos recorría la espalda. Sabíamos que Estrellita preparaba lo bueno:— Si no lo hacen puede ocurrirles lo que le pasó a una muchacha de vida fácil. Dejaba llegar un prolongado silencio; nos repasaba con sus canicas transparentes y retomaba firmemente el hilo del cuento; en tanto nosotras hubiéramos querido preguntarle qué era eso de vida fácil que ella juzgaba tan malo y nosotras tan bueno. Nadie se atrevía a levantar la mano y Estrellita, segura del efecto causado por sus palabras y gestos, continuaba urdiendo su ejemplo moralizador.—¡ A No piensen ella y la golpeó con furia espantosa. Le arrancó manojos de pelo hasta dejarle rodetes blancos en el cuero cabelludo; luego, dichoso con su obra, lanzó terribles carcajadas y se esfumó en medio esa muchacha que miento. Se se le apareció le apareció una el diablo!— afirmaba categóricamente—. ¡ Sí! noche, se