ANDREA VICTORIA CANO
Hitler la empieza a estudiar de arriba abajo y ella hace lo mismo, solo
que no puede con su genio y piensa: "¿Y a este quién lo conoce?"
¿Quién será? ¡Pero qué bigotitos ridículos! pensó, olvidándose que
Ellos leen el pensamiento, se lo leyó en la mirada, ya que era inmutable.
Había un escritorio donde estaba el velador, tenía vidrio el escritorio pero
sin ninguna postal o fotos, solo la madera lustrada. Las paredes
tapizadas de libros, y él se corrió del costado, donde estaba el velador y
se puso de espaldas contra el escritorio, que vendría a ser el frente, con
un brazo cruzó el pecho y lo apoyó en la cintura y con el otro se tomó la
barbilla y la miraba, como diciendo: bueno bueno, no sabía para qué, ni
por qué la escrutó.
Luego detrás de ella llegó el que la dejó allí y tomándola de los dos
brazos la instó a seguir para adelante, la habitación tenía una puerta
contigua y desde el marco hacia el escritorio había un tabique que
separaba al escritorio de la biblioteca, cuándo él de detrás de ella la instó
a seguir, ella miró al de bigotito y él asintió con la cabeza que siguiera y
ella siguió. Lo que no sabía era qué tramaban, si estaban de acuerdo.
Cuando estuvo en la otra habitación el “Extra” que la guiaba le dice que
preste mucha atención, que iría a buscarla una persona que tenía un
tatuaje en el brazo izquierdo y se lo muestra diciéndole: "Como este". Y
le dice también que se fije muy bien porque el que iría por ella tendría
que enseñarle el tatuaje y darle las instrucciones.
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