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éste y el de Harris que comentamos antes, en este sentido, y ver qué
distintos son al respecto. La segunda cuestión llamativa está
relacionada con la aclaración del intendente, citado por el periodista
que firma el texto del diario, de que “hay cuestiones culturales por las
cuales se comen palomas en forma habitual, una o dos veces por
semana” para apresurarse a aclarar que en su pueblo los habitantes
no tienen otra opción y que por lo tanto paloma “es prácticamente lo
único que pueden aspirar a comer”. El funcionario acepta que es
culturalmente aceptable consumir carne de paloma como alimento; la
excepción se hace por la frecuencia de consumo y la imposibilidad de
contar con consumos alternativos. La construcción de la “desviación”,
entonces, se hace desde un claro lugar: el artículo, desde su mismo
título y desde su fuerte foco en la coyuntura económico-política, lleva
la problemática por claros carriles que determinan este supuesto
suceso como no ya algo cultural en tanto aceptado, sino determinado
por el quiebre de la norma cultural, en este caso por necesidad
extrema (*10) . Volvemos, con Bourdieu, a considerar los modos de
producción simbólica-cultural que la ideología construye desde un
lugar de tensión, y cómo lo hace.
Notas y Bibliografía:
(*1) "¿Bueno para pensar o bueno para comer?", de M. Harris. En Harris, Marvin (1993)
Bueno para comer, “Introducción”, Alianza editorial, Madrid.
(*2) Arribas, Victoria, Alicia Cattaneo, y Cecilia Ayerdi, "Canibalismo y pobreza". En:
Constructores de otredad. EUdeBA, Buenos Aires, 1998. pp. 345-352.
(*3) Arribas, et al., op.cit., p.350.
(*4) Si bien consideramos acertada la obvia clasificación del consumo de carne de gato como
alimento “impuro” en esta percepción cultural discutida, nos permitimos señalar
incidentalmente aquí que no creemos que ello sea debido a que el gato pertenezca a un
“reino de lo inclasificado” como sostienen Arribas, et al., usando términos de Mary Douglas
(Op.cit., p.347). El felino doméstico sería “impuro” para consumir su carne en tanto es más
dado identificarlo como mascota humanizada (de características, como dijimos en nuestro
ensayo, que a menudo rozan la asimilación antropomórfica) que como alimento de consumo
humano. Así, el gato no sólo no pertenece a un supuesto “reino de lo inclasificado”, claro,
sino que su rol cultural es sólido y bien definido. No posee una “identidad incierta” —como
pretenden las autoras—, sino que es en vistas de su estatus identitario tan fuertemente
solidificado como acompañante humano que el consumo de su carne como alimento puede
de hecho ser percibido como altamente “desviado” y, por lo tanto, intolerable en ciertas
culturas o modos de producción simbólica-cultural.
(*5) Arribas, et al., op.cit., p. 347; citando a Fisher, 1995.