Cuentos de Edgar Allan Poe
escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres
sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro,
huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.
Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos
libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del
cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra,
y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban
las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que
temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula
que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más
asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer, en la
cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y
el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del
Demonio, y lo miró fijamente a la cara.
FIN
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