Antologia de cuentos Antología | Page 48

Cuentos de Edgar Allan Poe
Nuestra amistad duró así varios años , en el curso de los cuales ( enrojezco al confesarlo ) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio . Intemperancia . Día a día me fui volviendo más melancólico , irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos . Llegué , incluso , a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales . Mis favoritos , claro está , sintieron igualmente el cambio de mi carácter . No sólo los descuidaba , sino que llegué a hacerles daño . Hacia Plutón , sin embargo , conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo , cosa que hacía con los conejos , el mono y hasta el perro cuando , por casualidad o movidos por el afecto , se cruzaban en mi camino . Mi enfermedad , empero , se agravaba -pues , ¿ qué enfermedad es comparable al alcohol ? - , y finalmente el mismo Plutón , que ya estaba viejo y , por tanto , algo enojadizo , empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor . Una noche en que volvía a casa completamente embriagado , después de una de mis correrías por la ciudad , me pareció que el gato evitaba mi presencia . Lo alcé en brazos , pero , asustado por mi violencia , me mordió ligeramente en la mano . Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía . Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo ; una maldad más que diabólica , alimentada por la ginebra , estremeció cada fibra de mi ser . Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas , lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y , deliberadamente , le hice saltar un ojo . Enrojezco , me abraso , tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad .
Cuando la razón retornó con la mañana , cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna , sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido ; pero mi sentimiento era débil y ambiguo , no alcanzaba a interesar al alma . Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido .
El gato , entretanto , mejoraba poco a poco . Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto , pero el animal no parecía sufrir ya . Se paseaba , como de costumbre , por la casa , aunque , como es de imaginar , huía aterrorizado al verme . Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto . Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación . Y entonces , para mi caída final e irrevocable , se presentó el espíritu de la perversidad . La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu ; y , sin embargo , tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano , una de las facultades primarias indivisibles , uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre . ¿ Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla ? ¿ No hay en nosotros una tendencia permanente , que enfrenta descaradamente al buen sentido , una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo ? Este espíritu de perversidad se presentó , como he dicho , en mi caída final . Y el
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